Camino a los 60 años: la ruta del poder ayer y hoy
La estabilidad del poder es un hecho verificable por cualquiera hoy en el país. Si se le mira desde la política, para alcanzarlo se sigue un camino electoral despejado, el traspaso del mando parece natural, tanto si tiene lugar de uno a otro líder de un partido como si ocurre de una a otra organización.
Se puede afirmar que la política fluye y a todos los niveles de la sociedad el espectáculo y las frivolidades son anestesiantes de lo social.
Esta fluidez política empezó en el período 1996—2000 con la participación en primera fila de los tres líderes —Joaquín Balaguer, José Francisco Peña Gómez y Juan Bosch— que habían hecho de la política a la dominicana una crispación permanente.
Desde las elecciones de mayo del 96 la normalización del acceso al poder y la “fluidez” del traspaso no han parado. Hemos tenido en este lapso a un Presidente que no quiso reformar la Constitución para repostularse, uno que desde la Presidencia reconoció su derrota antes de la media noche, uno continuista y otro que cerró la puerta de una eventual continuidad con una reforma de la Constitución.
A partir del 1961, cuando el magnicidio del 30 de mayo empujó a la nación a un profundo vacío de poder, la búsqueda del mando fue una obsesión y una necesidad al margen de toda consideración legal, moral o histórica.
Aquella obsesión estuvo en la base de las crisis y metamorfosis del Consejo de Estado y de Unión Cívica Nacional, del golpe de septiembre del 63 y el del 24 de abril del 65, de la guerra y de la invasión por el gobierno de los Estados Unidos de América.
La guerra de abril del 65 encuentra explicación en la necesidad para la concreción de ambiciones de bandos y coaliciones. De no haber estado los mandos militares divididos no hubiera habido crisis política tras el golpe del 65, como no la hubo cuando tumbaron a Bosch.
Entonces el gobierno desplazado tenía un partido, pero había sido un medio para alcanzar el poder, no para sustentarlo; el gobierno de facto no tenía partido, pero contaba con los mandos militares y el respaldo de la élite social.
Si las fuerzas armadas hubieran sido profesionales, una institución de la sociedad dominicana, el gobierno de facto hubiera tenido que apoyarse en un partido, pero no le pareció una necesidad en una atmósfera social en la que el referente era todavía la voluntad de una persona.
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