Camila Henríquez Ureña, a la edad de 40 años, ya no podía ser poetisa, según advirtió su hermano Pedro, «porque en español hay demasiados poetas». Y ella, sin decírselo, no se ganaría un espacio importante en el parnaso latinoamericano; y sería una más escribiendo poesía en un mundo de grandes, prominentes y consagrados poetas.
En 1917, a los 23 años —a la edad que muchos ya son poetas en ciernes o consagrados, como Rainer Maria Rilke, Arthur Rimbaud, Miguel Hernández—, Camila se graduó de doctora en Filosofía, Letras y Pedagogía. Quince años después, a la edad de 38 años publica su primer libro «Ideas pedagógicas de Eugenio María de Hostos». Libro que en realidad presentó como su tesis de grado; y la hizo en honor a quien fue el mentor de su madre, Eugenio María de Hostos, el ilustre educador puertorriqueño que vivió entre los dominicanos durante un periodo de grandes aprendizajes y enseñanzas para República Dominicana y el desarrollo de la educación.
MAX HENRÍQUEZ UREÑA —le escribe a Camila desde Londres, Reino Unido, el 14 de julio de 1936—: No creo incurrir en exageración si te digo que de un salto te has puesto en lugar envidiable dentro de la poesía femenina de América, que hoy tiene tan rico florecimiento. No habrá muchas que te igualen. Buena adjetivación, pensamiento elevado, sentimiento exquisito, ideas nada vulgares, y cierta aristocracia de expresión que se avalora con imágenes de buen gusto. No resisto al deseo de dar a conocer algunas de esas composiciones, y las mandaré a alguna publicación interesante, como el Repertorio Americano de García Monge».
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA —en carta enviada a su hermana, desde Santiago de Chile el 21 de enero de 1937, le dice—: No te aconsejo que te dediques a los versos. No porque estén mal los tuyos, sino porque en español hay demasiados poetas, y, de no ser uno de los mayores, el esfuerzo es poco lucido. Eso mismo que dices de tus versos debes ponerlo en prosa: sé que resulta más difícil; en prosa los sentimientos parecen confesiones descarnadas y en verso hay una apariencia de ficción, que permite mayor franqueza, por lo mismo que el lector no la toma del todo en serio: muchos poetas fingen sentimiento que no tienen o exageran. Escribe, pues, lo que pienses y lo que sientas, sin ánimo de publicar: después podrías escoger lo que te parezca prudente publicar. Pero guárdalo todo. Y féchalo. Como una especie de diario; pero no diario íntimo, en conjunto, sino cuaderno de apuntes en que escribas constantemente.
Entre lo que le escribe Max y lo que aconseja Pedro a Camila, hay un año de diferencia. Así que más diplomático resultó Max, el hermano mayor que ella; y le dijo: «los versos son buenos, y en general han de merecer franco aplauso». Y sin embargo, hubo un pero. Agregó: «Debes seguir produciendo y superándote».
Así que a esa edad, con 40 años cumplidos, Camila desistió de ser poeta.
En 1941, realizó varios viajes como conferencista a Panamá, Ecuador, Perú, Chile, Argentina y México. Un año después se mudó a los Estados Unidos para dedicarse al magisterio. Trabajó como profesora titular en la Universidad de Vassar, adscrita al Departamento de Estudios Hispanos, hasta 1959. Durante varios veranos entre 1942 y 1959 Camila también entró a la facultad de idiomas y literatura en el Middlebury College. Allí impartió clases de español. El año sabático de 1948, lo aprovechó para viajar a México y trabajar en la editorial Fondo de Cultura Económica. En la década de 1950, viajó a España, Italia y Francia. Vivía en Cuba a partir de 1961 y con el triunfo de la Revolución participó en la reestructuración de la Universidad de La Habana, donde enseñó en el Departamento de Literatura Latinoamericana hasta su jubilación en 1970.
A ese primer libro de 1932 siguieron otros: «Curso de apreciación literaria» (contiene parte de las conferencias dictadas hasta 1935), «Feminismo» (1939), «La mujer y la cultura» (1949), «La carta como forma de expresión literaria femenina» (1951), «Cervantes» (1963), «El Renacimiento español» (1963), «Cantares de gesta» (1971). Y su última obra publicada en vida se tituló «William Shakespeare» (1972). Camila tenía entonces 78 años.
En cuanto a la teoría sobre el género, Camila dejó una definición impresionante de lo que para ella era un poema acabado; y dijo: «Un poema es algo más que la expresión de un talento artístico individual. Es esencial y profundamente una forma de la emoción humana colectiva. Las hondas corrientes subterráneas que subrayan el desenvolvimiento externo de la vida de los pueblos brotan en manantial poético. La poesía esencial es la que habla, con una voz, del sentimiento múltiple. La poesía originaria, la poesía popular, en la antigüedad que nos ha legado sus poemas, era un ambiente, un estado colectivo del espíritu humano, el estado de poesía. La esencia de la poesía es el milagro rítmico, el juego de las cesuras, de los acentos, de los silencios, tanto como la transformación del sentido del lenguaje por la imagen y la metáfora».
El transcurso del tiempo le dio la razón a Pedro sobre los poemas de su hermana; y dejó por sentado, sin decírselo por escrito a Camila, que en la familia tenían los poemas escritos por Salome Ureña; y con una poetisa grande, prominente y consagrada, ya era suficiente.