MANAGUA, Nicaragua. La realidad objetiva es que, desde los últimos comicios hasta nuestra realidad presente, República Dominicana ha experimentado cambios sustanciales, significativos, profundos. Las ejecutorias de un equipo de mujeres y hombres dirigidos e inspirados por el presidente Abinader han provocado una transformación sustancial, profunda, y un incremento de nuestro prestigio y presencia a nivel nacional e internacional.
Hagamos énfasis, de todas maneras, en que es bastante lo que aún nos queda por hacer y que los problemas y dificultades a enfrentar son muchos y complejos. La percepción es que existe la voluntad decidida de realizar cambios profundos e irreversibles que liberen a los dominicanos de sus males tradicionales, males que han impedido plasmar en los hechos y a plenitud la Patria con la que soñaron Duarte, Sánchez y Mella.
A mi juicio, el hecho más sobresaliente de nuestra historia moderna es la independencia del poder judicial. La decisión carece de precedentes y ha ido, gradualmente, transformando el ejercicio público de una manera profunda e irreversible. Nadie quiere verse en la epidermis de aquellos que, hasta hace poco tiempo hacían y deshacían con los recursos del pueblo de una manera inconfesable, abusiva y descarada.
Este nuevo estado de cosas, viene a complementarse con la aprobación de la Ley de Dominio, que despoja a corruptos y prevaricadores de los dineros sustraídos al pueblo y al Estado dominicano. Ambas medidas equivalen a consagrar definitivamente a la actual administración en las páginas más relevantes de nuestra historia.
A este mismo nivel debe considerarse el muro físico y tecnológico que se construye en la frontera. Los dominicanos poseen el espíritu y el coraje para enfrentar sus males históricos de una manera firme y decidida. Situar a la Patria, su grandeza y su prestigio en primer término, hacer realidad el sueño de nuestros padres fundadores, ha tomado demasiado tiempo y ha tropezado con demasiados obstáculos. Hasta hace poco el dominicano se degradó como nunca antes, consumido por los vicios, el desdén, la delincuencia, la droga. El país se transformó en un paraíso para capos, narcotraficantes, delincuentes internacionales, prostitutas y desviados de toda naturaleza.
La juventud empezó a arrastrarse por el camino de espinas del vicio, la abyección, el dinero fácil, la delincuencia, los estupefacientes, la vana ostentación, las modas degradantes, los gustos y hábitos más deplorables y repulsivos. Empezamos a perder la Patria ante nuestros ojos: crímenes espantosos, prostitución, feminicidios, atracos, consumo de alcohol y drogas, personajes arrogantes criollos y venidos del exterior que dictaban las pautas hacia la destrucción definitiva de la integridad de la República y sus auténticos valores. Los bienes del Estado eran un botín de saqueadores investidos de políticos y falsos hombres de negocio.
Es mucho lo que aún queda por hacer, pero lo cierto es que el aire que se respira en República Dominicana es más puro, más limpio, más esperanzador. Y nada ni nadie nos hará detenernos en ese camino que es el de rescate definitivo de nuestra Patria de los males que, como un cáncer, la estaban destruyendo de forma definitiva e indeclinable. Gracias a dios y al pueblo, ese horroroso estado de cosas empieza a llegar a su definitivo final. Y nada ni nadie va a detenerlo.