Santo Domingo.-El 16 de noviembre, sábado, Haití vivió la jura del segundo primer ministro bajo el Consejo Presidencial de Transición (CPT) puesto al mando del país el 25 de abril de 2024.
La estructura del poder en Haití incluye desde el Ejecutivo a un presidente, un primer ministro y bajo este el gabinete de ministros y secretarios de Estado; el Congreso es bicameral, con tres senadores por cada uno de los diez departamentos y la Cámara de Diputados (119), uno por cada circunscripción.
El primer ministro, Alix Didier Fils-Aimé, es el nuevo jefe de Gobierno en un país sin Presidente y sin Congreso. La autoridad del Consejo Presidencial, al margen de la Constitución, depende del Consenso de Jamaica.
Y es en esta fragilidad institucional en la que se han apoyado, primero Ariel Henry, el primer ministro que debió ser retenido en el exterior para que pudiera ser establecido el CPT, y el pasado primer ministro, Garry Conille, que estuvo resistido en principio a dejar el puesto.
Por lo visto lo que se necesita en Haití es un Gobierno establecido según la Constitución, no de facto, pero hay que tener elecciones y esa es posiblemente la segunda urgencia del órgano actual de gobierno. La primera es devolverle al Estado el control del territorio.
Página de Tomás Moro
Pero esto es poco más que una utopía en un país con cientos de miles de jóvenes fascinados con la anarquía al estilo de las bandas armadas.
Algo debe de tener la condición de primer ministro entre ellos para que en tres años y unos meses haya habido una disputa entre dos por el cargo, uno en ejercicio y otro señalado cuando asesinaron al presidente Jovenel Moïse; la intervención del gobierno de los Estados Unidos de América, que retuvo en Puerto Rico al entonces primer ministro Henry para que desde Jamaica pudiera ser armada una fachada de gobierno, y ahora la de Conille, al que por lo visto le quedaron insatisfechas las ganas por el cargo.
Ampararse en la Constitución, como lo hizo, dejó ver a un funcionario con dificultades para comprender la realidad de su país, sobre el que prevalece un estado de excepción impuesto desde fuera porque los líderes haitianos fueron incapaces de darle una salida a la crisis.
El ideal de la Constitución no es para ser vivido por un hombre encumbrado en una notable función de gobierno, es para toda la red social, económica y política, que todavía sostiene instituciones sobre la base de la carta sustantiva citada por el ahora exprimer ministro Conille cuando lo despidieron.
Pero antes de que sea efectivo el imperio de la Constitución deben ser superados hechos bochornosos como la presencia extranjera de nuevo en el país de los haitianos en misión policial, no porque ningún otro pueblo del mundo haya invadido, sino por la incapacidad de las instituciones propias, entre ellas el Estado, para llevar adelante y ordenar según las normas propias, la sociedad, la economía y el poder.
Un liderazgo egoísta
Lo peor de Haití no es la crisis de gobernabilidad, es la incapacidad en estos tres sectores —social, económico y político—, que refleja sobre el país todo lo que tiene de egoísta la élite del país.
Cuando los líderes son positivos, las crisis pueden ser vistas como oportunidades; si son, en cambio, parte de la quiebra, la entropía sigue desmontándolo todo a pesar de los esfuerzos de propios y extraños.
Visto desde fuera, sin el cuerpo en medio del mar de leva, del pueblo haitiano se puede decir que ha dejado de ser una nación para ser muchas naciones, cada una dirigida por una pandilla, entre ellas el Estado.
Haití, como todos los pueblos, tiene líderes naturales, pero se muestran incapaces para los acuerdos políticos.
Los líderes sociales están actuando siempre, para bien cuando son positivos, para mal si los mueve el egoísmo; para la descomposición si se vuelven indiferentes.
Si las pandillas armadas han prosperado ha sido porque desde la sociedad, la economía y la política, no han sido creadas las oportunidades y los jóvenes, si han de morir de hambre, en una riña callejera o en una embarcación artesanal tratando de llegar a un país de otros, acaso las pandillas armadas se les presenten como una oportunidad para vivir aventuras interesantes pasándoles cuentas a los apandillados desde el Estado.
Y la mala opción
La tiranía impuesta por Francoise Duvalier en 1957 se extendió hasta 1971. Aquella no fue una administración constructiva, como no lo fue la de su hijo, Jean Claude Duvalier, que le sucedió y extendió aquel gobierno unipersonal hasta 1985.
En la primera parte de aquel período de 28 años hubo un control efectivo en los planos social y político, pero al precio de unos niveles de represión abominables.
Desde el derrocamiento de Jean Claude han pasado 39 años en los que ha habido dictadores y gobernantes elegidos por el voto popular, pero unos ni otros han sido capaces para la obra de gobierno que necesita Haití, con grandes inversiones en educación, obras públicas, servicios y conciencia del contorno geográfico y ambiental.
Pero también hace falta que los haitianos educados, con niveles importantes de liderazgo en todas las áreas productivas, se involucren en una profunda reflexión acerca del gobierno que necesita su pueblo.
¿Es en esta etapa social un sistema de gobierno democrático lo que puede ser útil? ¿Han estado alguna vez los haitianos en las condiciones de comprender, asimilar y aprovechar las posibilidades de un sistema democrático?
¿Es en esta etapa social un sistema de gobierno democrático lo que puede ser útil para ir adelante y sentar las bases de un mejor Haití? ¿Han estado alguna vez los haitianos en condiciones de comprender, asimilar y aprovechar las posibilidades de un sistema democrático?
Las evidencias dicen que no, pero acaso las respuestas sean afirmativas. Si no, rogar que les toque un gobernante constructivo si vuelven a empezar su 1957.
En lo social
— Algunos datos
Con una población estimada de 11.5 millones, Haití tiene una tasa de desempleo de 15 % y un 76 % que vive por debajo del umbral de la pobreza, y el 24 % de la población viviendo en pobreza multidimensional severa.