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Camarón que se duerme

Nassef Perdomo Cordero Por Nassef Perdomo Cordero
Nassef Perdomo Cordero
📷 Nassef Perdomo Cordero, abogado.

El lunes de esta semana, un querido amigo me envió el enlace a una interesante entrevista a Mariano Ben Plotkin, historiador argentino. En esta, el entrevistado reflexiona sobre cómo los procesos sociales y políticos de los últimos años han sorprendido a historiadores y politólogos, la mayor parte de los cuales no supieron preverlos. Se incluye entre ellos, y atribuye la falta al hecho de que interpretan la realidad a partir de lo escrito, y usando categorías analíticas que han quedado desfasadas. Mientras tanto, la realidad, y la Historia -así, con mayúsculas- les han pasado de lado.

Esto conecta perfectamente con la teoría de Martin Gurri en su obra “La revuelta del público”. Las élites académicas, sociales y políticas, distraídas por conflictos que sólo tienen sentido para ellas, han perdido noción de un mundo que se ha revuelto bajo sus pies y en sus narices.

Lo anterior viene a cuento por la muy oportuna publicación de un trabajo que trata sobre el origen y el significado del dembow, hecha en este diario el mismo lunes. Ese análisis toca un punto que es incómodo. Y es que, aunque puede resultar estéticamente desagradable para muchos, el dembow no hace sino retratar una realidad mucho más cruda que sus letras. Una que olvida -o no conoce- la mayoría de los que lo critican desde concepciones más tradicionales de la cultura.

El fenómeno no es tan sencillo como piensa quien cree que esa música “promueve antivalores”. Lo que hace es retratar una realidad que nos es ajena, y que no desaparecerá a golpe de reproches. En estos tiempos de crisis de la autoridad social, académica y política, es un error claro apostar a reclamar que quienes lo producen y consumen se parezcan más a nosotros mientras su vida es completamente distinta a la nuestra.

Más que su presencia en la letra de música que ni siquiera escuchamos, lo que debiera ofendernos es que el embarazo adolescente, el microtráfico de drogas, la violencia y la falta de esperanza sean la realidad cotidiana para parte importante de los dominicanos.

Aceptemos que ellos ni necesitan ni quieren nuestro permiso para expresarlo. Lo que debemos de hacer es entenderlos para entender nuestra sociedad y los cambios que requiere. Porque, aunque insistamos en taparnos los ojos -y oídos-, la Historia sigue fluyendo y amenaza con dejarnos atrás.

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