Este miércoles se realiza en la sede del Banco Mundial en Washington, D.C., una conferencia titulada “La obsesión por los rankings en la educación superior: implicaciones en la política pública».
Siempre se ha intentado analizar los rankings desde un punto de vista metodológico y el aporte que pretenden hacer a la educación superior global.
Los usuarios de los rankings son variados. Algunas instituciones de educación superior y universidades los utilizan para medir el nivel de calidad y acreditación de su academia con respecto a otras en el mercado universitario.
Por otro lado, los estudiantes hacen uso de algunos tipos de rankings para mejorar el proceso de selección de la universidad en la que piensan estudiar.
Siempre se quiere saber cuáles son las instituciones con mayor prestigio y excelencia en un área de estudio específico. Parece que este tipo de herramientas o instrumentos hacen un importante aporte.
Nuestra opinión es que los rankings o clasificadores académicos de universidades pueden aportar indicadores específicos a la hora de comparar instituciones con perfiles similares.
Una calidad institucional que no puede medirse, no es calidad. Por tanto, el hecho de que estos instrumentos realizan un esfuerzo para medir según estándares predefinidos es un importante aporte que no debemos menospreciar.
Acción Empresarial por La Educación (Educa) acaba de hacer un importante aporte cuando afirma que ha llegado la hora de la calidad en la educación.
En la educación preuniversitaria ya contamos con la inversión estipulada por la ley de un 4% del PIB. Todavía queda pendiente esta misma tarea en el sistema educativo superior y además darle un enfoque hacia la calidad y la excelencia. Si los rankings pueden ayudarnos a lograr este importante objetivo, bienvenidos sean.