Cada vez que se acerca el periodo electoral, en nuestro país se inicia una vorágine de opinión de la que los políticos son los mayores damnificados.
Creo, sin embargo, que bien haríamos en revisar qué hacemos nosotros como ciudadanos y cómo contribuimos a superar lo que criticamos.
Este año, como cada cuatro, el debate político se ha enrarecido en forma casi insoportable. La política es tema casi obligado en todas las conversaciones y, para colmo, el extremismo es la regla. Causa espanto ver cómo dominicanos de toda laya arriesgan relaciones de años, cariños profundos y amistades maravillosas.
Todo porque las opiniones políticas propias se entienden correctas sin matices y las ajenas son siempre desinformadas, en el mejor caso, y perversas en el peor.
¿Qué logramos con esto? ¿Quién nos lo exige? ¿Dónde nos lleva? La verdad es que los políticos no son los responsables de este dislate generalizado.
No he visto al primero que exija a sus simpatizantes convertirse en ogros capaces de herir de palabra a la gente más querida.
Esto lo hacemos por cuenta y riesgo propios. Queremos vivir la democracia como un deporte competitivo en el cual lo único importante es ganar. Donde tener razón es la muestra de nuestra valía personal.
Pero la democracia no es así. Solo funciona cuando el debate contiene un elemento importante de respeto por el otro. Algunos dirán que las ideas no son personas y por tanto no se les debe respeto. Y tendrán razón. Pero las personas que las sostienen sí merecen ser respetadas.
No se gana nada con humillar o maltratar a otro por lo que piensa, sobre todo si es un ser con quien nos unen lazos afectivos.
Debemos detenernos un momento en el camino y reflexionar. No vale la pena la forma en que nos maltratamos mutuamente por causa de nuestras opciones políticas.
Tenemos que aprender a vivir el desacuerdo. Eso no es nihilismo; por el contrario, poder dialogar sin ofendernos es un valor en sí mismo.
Nos hará falta, además, porque aunque lo olvidemos ocasionalmente, después de las elecciones tendremos todos que seguir viéndonos las caras.