Caí preso mi primera vez por un merengue de Johnny Ventura

Caí preso mi primera vez por un merengue de Johnny Ventura

Caí preso mi primera vez por un merengue de Johnny Ventura

El periodista Emiliano Reyes Espejo. Fuente externa

Agotamos, sin percatarnos siquiera, un momento sin horizontes. Así es la adolescencia. Apenas era un mocito sin perspectiva, ni mayores pretensiones. La vida transcurre entre ensueños y desvelos de los párvulos. Discurre como si fuera un sueño divertido que convierte peligrosas bellaquerías en andanzas de superhéroes de la época (Tarzán, Charles Starret, El Llanero Solitario, Chanoc El Marino y otros).

El tiempo avanza y se viven momentos únicos, irrepetibles. Mientras tanto, subsiste en un pueblo pequeño de calles contadas. La muchachada se imagina todo fabuloso, de ensueños: la música, las películas y las aventuras en el río Yaque del Sur.

Sí, ese mismo, ese río que ha sido para Tamayo una fuente de bondades, pero también de lamentables calamidades.

Los baños en las regolas o “regolones” (canales de agua) y las incursiones en las plantaciones cañeras para degustar caña de azúcar pelada con esmero para saciar el hambre, son parte de esta realidad insoslayable. Los imberbes disfrutamos yendo a los platanares donde nos esperaban las matas tupidas de exquisitos mangos “mameyuelos”, “banilejos”, “Jáquez” y “Yamaguí” o mangos haitianos. También lechosas, guayabas, aguacates, guanabanas, naranjas y otras frutas.

Un paraíso en la tierra de cuya existencia ni nos dimos por enterados.

Un día, bordeando el final de la tarde, o mejor dicho en la proximidad de la noche, estábamos un grupo de muchachos hablando en una callecita del barrio Los Guabá, cerca de donde residía mi tía Kilimba, reputada costurera del lugar. En eso un policía llamó a alguien del grupo para que llegara hasta donde él estaba. Y como no se sabía a quién era, se me ocurrió vocear al agente del orden que si era a mí que llamaba, me dijo que sí, que le acompañara al cuartel.

No asume ninguna actitud, se limitó a pedirme que le acompañe a la estación policial, ubicada en la calle de salida de Tamayo hacia Uvilla, un poblado distante a unos cuantos kilómetros.

Caminaba junto a él y pensé de momento que me pediría que le hiciera algún mandado. Vaya sorpresa. Ocurre que a veces los policías nos usaban para hacer diligencias. Los niños y adolescentes los hacíamos con mucho entusiasmo porque, como muchacho al fin, nos gustaba que nos vieran como amigos de éstos, ya que en estas pequeñas comunidades ser amigo de un policía equivalía a tener poder.

En el trayecto el policía habló normal conmigo, pero inmediatamente llegamos al cuartel, éste me empujó bruscamente, con tanta fuerza que casi me llevo por delante la pequeña mesa donde estaba sentado el policía de servicio.

Él comenzó una andanada, un griterío, una salta de expresiones cargadas de improperios.

-¿Pero qué es lo que pasa?, inquirió el policía de turno. -¿Qué fue que te hizo este muchacho para que lo empujes así, con tanta fiereza?, replicó.

Él no contestó ni media palabra a su compañero de arma, pero siguió arremetiendo verbalmente en mi contra.

-¡Buena mierda, repite ahora lo que voceaste junto con tus amigos, dímelo aquí!, expresó. Se veía fuera de sí y en su arranque de ira levantó su puño para golpear mi escasa estructura corporal. – ¡Dímelo ahora buena mierda!, vociferó colérico. El otro policía atinó a agarrar su brazo antes de que me golpeara.

Yo estaba confundido, no sabía qué ocurría.

-“Ya está aquí, ya está preso, por qué tú, ¡diablo! va a golpearlo, es un niño…”, ripostó su compañero, quien rápidamente tomó las llaves de la celda y me encerró. –“Te voy a trancar porque si no, ese hombre te va a golpear de mala manera”, dijo.

Desde la celda escuché cuando el raso iracundo explicó a su compañero que yo le había voceado: ¡Los indios, los mismos indios…! Pero no era cierto. Supe que realmente lo vociferan, pero no fuimos nosotros, sino desde algunos callejones del barrio Los Guabá.

El término ¡los indios, los mismos indios! era el estribillo del ritmo merembé Los Indios de la leyenda de la música popular dominicana, don Juan de Dios Ventura (Johnny Ventura) fallecido recientemente de un fulminante paro cardíaco. La policía de la época interpretó que se trató de una burla a su accionar cuando ellos atacaban “en trullas” la represión de las protestas de los estudiantes, especialmente de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

Transcurrido el tiempo, yo convertido ya en un joven que cursaba estudios secundarios, dedicamos parte de nuestro tiempo a organizar junto a otros jóvenes, entidades culturales, primeramente en el barrio Alto de las Flores. Allí ayudamos, con asistencia política de izquierda, a organizar el club del sector, y luego, una especie de entidad cultural que pusimos el pretendido nombre de Sociedad Artística Tamayense (SAT).

Aquella estructura estuvo integrada por José Reyes, Papo Marrero, Reynaldo Larancuent, Yulimín Feliz, Emiliano Reyes, Alexander Gonzalez, Alexis Duval, Augusto Matos, Valentin de León, Atahualpa Olivero, así como las muchachas Leyda Montero, Arelys Mendez Reyes, entre otras

Este grupo de muchachos se propuso contratar al popular Combo Show de Johnny Ventura, la agrupación musical más popular de la época, a los fines de recaudar fondos para las actividades del grupo. Enviamos a la capital al joven Atahualpa Olivero, que tenía más edad, para que contrate dicha agrupación merenguera.

Nos favoreció entonces que el saxofonista estrella del Combo Show era Papucho Gatón, un reputado músico cuyo padre fue un emblemático profesor de la banda municipal de música de Tamayo. Por ese contrato que firmó Atahualpa, Johnny viajó a nuestro municipio, a casi 200 kilómetros de la capital. Hablamos del año 1971, hace 50 años.

En esta comunidad, este entonces incipiente gigante de la música popular, Johnny Ventura, nos brindó con todo el salero, la alegría y espíritu festivo que Dios pudo poner en una sola persona, la más memorable e incomparable fiesta que se haya celebrado en esta comunidad. Todo ocurrió en el amplio salón de lo que era la sede local del Partido Dominicano del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, pero que entonces era local del liceo, donde se bailó a ritmo de “La agarradera”, “Loreta”, “La resbalosa”, “El florón” y otras memorables piezas del extraordinario músico.

El ambiente emergió tan festivo que Johnny en medio del entusiasmo de los bailadores decidió prolongar la fiesta hasta entrada la madrugada. –“Esto no se acaba aquí, esto sigue hasta el amanecer”, decía por el micrófono, alborozado de alegría, el inolvidable músico. Al final, después de un brindis de ron y un sabroso sancocho tamayero, el grupo de jóvenes de la directiva de la SAT procedió a pagar el costo de esta fiesta.

Estábamos tres jóvenes de la SAT, José Reyes, Atahualpa Olivero (fenecido) y quien suscribe. Cuando comencé a contar el dinero para entregarlo a Johnny, éste, incrédulo de lo que estaba viendo, nos miró asombrado y acertó a decirnos:

-“Y yo vine desde la capital contratado para esta fiesta por estos muchachitos, no lo puedo creer”. –“Si lo hubiera sabido, no vendría. Les felicito, les felicito”, abundó, mientras entre risas, se pasaba las manos por la cabeza. Cuentan que después de la fiesta y antes de partir para Santo Domingo, Johnny y sus músicos fueron al río y se dieron un rico chapuzón.

El festejo en Tamayo impactó tanto al “Caballo Mayor” que éste llegó a referirse al mismo más de una vez en el Show del Medio Día, rememorando así el grato momento que vivió con los tamayenses, llegando incluso a citar a nuestra comunidad en uno de sus populares merengues.

Nos cuenta José Reyes, que fue de los que se quedó en Tamayo después que otros alzamos vuelos para la capital, que nuestro pueblo “como amante de la buena música recibió luego en varias ocasiones al Combo Show de Johnny Ventura, al igual que lo hizo con las demás orquestas de ese momento, Rafael Solano, Cheché Abréu, Félix del Rosario, Los Diplomáticos, entre otros”.

Vale decir, que nuestro gran Johnny abrió en nuestro municipio una nueva plaza para el deleite de la mejor música para bailar y gozar del mundo, el merengue.

¡Paz a tu alma, querido Johnny; loor a tu memoria sempiterna! ¡Que Dios te tenga en su santa gloria Caballo Mayor, como te bautizó el pueblo; y allí siga esparciendo tu alegría entre los demás ángeles del cielo!

*El autor es periodista