La primera idea que tengo de nuestros políticos es que el poder se ha vuelto cadavérico, y empieza la etapa en que la violencia crece y lacera a los ciudadanos.
Hay políticos que ya no pueden parar en su maldad y ambición. Si excepcionalmente los hombres se nacen criminales, fruto de las circunstancias, los ofensores políticos se convertirán en cadáveres vivientes.
Crecimos con políticos que hablaban de futuro, y producía cosas que transformaron nuestra realidad; hablar de unidad era equivalente a hablar de nación.
El destino estaba entonces determinado por las influencias que poco a poco han ido desapareciendo. La educación es una de esas influencias, también la familia, el trabajo.
Es como si estas estructuras que sirvieron de “correa de transmisión” de valores y normas aceptables, ya no nos conducen a la vida sana, han desaparecido y nos orillan a la muerte.
El hombre socialmente bien hecho, puede desarrollar su potencial y su talento; pero el hombre que se ha inhibido de estos valores, será un cadáver viviente. Ese es el político dominicano.
Todos los hombres somos unos. Pero, la humanidad se representa con hombres que practican tanto el bien como el mal; pero los hombres que dominan a otros, son los peores, practican el mal, practican el odio y practican la maldad. El querer destruir un país, cometer delitos políticos, los convierte, sin dudas, en cadáveres vivientes.
Nuestros políticos han sucumbido ante el poder de las cosas materiales del mundo, son buscadores de riqueza.
De continuar así y fracasar se convertirán en seres que degeneraron en delincuentes comunes y ofensores salvajes, capaces de dañar y destruir vidas ajenas; todos son individuos que viven al margen de la razón.
La sinrazón con que actúan algunos políticos nos regresa hacia un estadio primitivo. Cómo saber dónde hay más horror, si en el aumento de los feminicidios cometidos por maldad, o en culto del Becerro de Oro de los actuales poderosos.
Si un político es reeleccionista, porque no cree en la alternancia sino en la repetición absurda, habrá que entrarlo en razón de que el desarrollo de una nación equivale siempre a cambiar, a no quedarse en el mismo sitio ni con los mismos líderes.
Si un hombre se convierte en un truhan agitador político, porque ha dejado de desarrollar sus actitudes, qué hacer para indicarle que la vida así llevada no se mueve correctamente, sino que los convierte en un cadáver viviente.
Debemos, pues, estar preparados para esta bancarrota humana de nuestra clase política.
Están ya causando problemas en nuestra sociedad; las señales de que estamos enfermos de ambición y de poder y de que hay falsos políticos, muy nocivos y deformados, que más que cadáveres vivientes, son el fracaso de la falta de identidad de la vida que les tocó vivir.