En Haití prevalece el descontrol. Las bandas armadas parecen no temer a los efectivos de la misión de paz que lidera Kenia, acompañada de Jamaica, Belice y Bahamas.
Las Naciones Unidas ha revelado que fueron 207 las víctimas de la masacre en la zona de Cite Soleil, en el centro de Puerto Príncipe, mientras persisten el temor y el caos en todo el país, en tanto que la comunidad internacional rehúye asumir su compromiso ante la situación de inseguridad en Haití.
Hay países renuentes a dar su apoyo a que las Naciones Unidas asuma la misión de paz, con el compromiso financiero y logístico que implica una responsabilidad tan urgente.
No es posible que Estados Unidos, China, Rusia, Francia, Alemania y Canadá se muestren como actores indolentes ante la sangrienta situación que viven los haitianos.
República Dominicana, con el presidente Luis Abinader como voz principal, ha cumplido con su rol de llamar la atención ante el descalabro que amenaza a Haití.
Ha llegado el momento en que la comunidad internacional debe jugar el papel que la circunstancia le obliga, ya que el pueblo haitiano no puede vivivir bajo el temor y la incertidumbre por un tiempo tan prolongado.
Las bandas armadas han impuesto sus reglas y leyes, con un saldo cada vez más alto de muertos y heridos, mientras intentan prolongar su rango de miedo más allá de Puerto Príncipe, donde se dice que ya controlan más del 80 por ciento de su territorio.
Hay que escuchar la voz del papa Francisco en su mensaje con motivo de la Navidad, dirigido a la necesaria urgencia de que “se callen las armas”, principalmente entre Ucrania-Rusia e Israel-Grupo Hamás en la Franja de Gazá, así como en otras zonas del Oriente Medio.
Pero, igual cese el fuego, debe producirse en Haití, para que retorne la paz y la seguridad, lo que compromete una firme voluntad de la comunidad internacional, además de sus actores políticos para propiciar un ambiente que conduzca a un régimen institucional y que el país celebre nuevas elecciones, dentro del marco de instaurar la autoridad que vele por la democracia y la aplicación de las leyes.
Haití no puede seguir camino al precipicio y en el caos actual. Los haitianos merecen vivir en un sistema de respeto a su dignidad, que cada día es violentado por las bandas que operan bajo su ilegalidad y la arbitrariedad que han establecido. Así no se puede vivir en Haití.