Poco pasadas las cinco de la tarde del sábado 16 de febrero de 1973, aterrizan los helicópteros que al mediodía habían partido rumbo a la capital.
Se desmontan el secretario de las Fuerzas Armadas Emilio Jiménez Reyes, el jefe del Ejército Enrique Pérez y Pérez y otros jerarcas militares.
Entraron a una carpa donde operaba el centro de comando, ahí se reúnen además con el coronel Héctor García Tejada, los generales Beauchamps Javier y Ramiro Matos, entre otros.
Cuando salen de la carpa, el teniente Almonte Castro, que llevaba más de cinco horas custodiando al prisionero, hace discretamente unas señas de pregunta. Uno del alto mando le responde pasándose un dedo por el cuello.
Ya estaba dada la orden: “Francisco Alberto Caamaño Deñó es un prisionero que mi gobierno no resiste”. Así fue como el presidente Balaguer sentenció la vida del dominicano más trascendente del siglo XX, símbolo de la lucha antiimperialista en América Latina, la personificación misma de la bravura y la dignidad del pueblo dominicano.
“¡Viva Santo Domingo libre!” Fueron las últimas palabras de Caamaño, en un grito interrumpido por el estruendo de las balas que terminaron con su vida física.
En medio del frío valle de la Lechuguilla, en el corazón de la cordillera Central, yacía el cuerpo del héroe del pueblo, del representante de los más nobles intereses de la patria.
Pero si bien le quitaron la vida, no quebrantaron su voluntad. Su lucha vive en todos los que trabajan por un país más justo, donde cosas como la salud y la seguridad social sean un derecho de todos y no el negocio de unos pocos.
Hoy conmemoramos 51 años de su muerte, de su asesinato, de un crimen de Estado que, como muchos otros, aún está impune. ¡Viva Francisco Alberto Caamaño Deñó!