Búsqueda de un mejor destino

Búsqueda de un mejor destino

Búsqueda de un mejor destino

Roberto Marcallé Abreu

No es incierta esa sensación de extrañeza, ese “despertar en un mundo desconocido” que permanece y no te abandona ni con el paso de las horas, los días, las semanas.

Permanecí en el exterior por tres años, y ahora, al retornar, uno siente que el aire que respira es diferente, que las personas son muy distintas, que las calles, no son las mismas.

Leí, ya hace tiempo, que vivir en una isla te transforma en un ser humano peculiar por la condición de “aislamiento”. A lo largo de mi existencia he viajado y vivido en Nueva York, Miami, Madrid, París, Caracas, Nicaragua. Solo que nunca, como ahora, sentí al retornar al lar nativo, esa sensación de ausencia, esa tardanza para proceder con la misma entereza.

Me he reencontrado con algunos amigos, cuyo número se ha reducido. Entonces, la extrañeza es mayor, porque la definitiva verdad que te agobia es que la gente ha cambiado y uno se pregunta por qué de manera tan radical. Si utilizamos como marco de referencia los últimos años, todos padecimos los efectos de la pandemia y sus secuelas en lo social, lo económico, lo político, en nuestra tradicional manera de vivir.

Nos aislamos a la fuerza e igual sufrimos la agresividad de un estado de cosas en el que los apetitos de poder y de dinero alcanzaron límites de perversidad insospechados. Sobrevivíamos temerosos a una muerte cruel agobiados por tantas carencias, apagones, filas interminables, temor por la suerte de nuestros hijos pequeños y nuestros familiares y amigos.

Tras el casi imperceptible relajamiento del caos, sufrimos los efectos de la descomposición social extrema, los estragos de la necesidad, del desempleo y la falta de dinero, del costo de la vida y la escasez, de la metamorfosis que evidenciaron muchas personas, incluyendo los más próximos a nuestros sentimientos.

Entonces, sobrevino la necesidad de asumir una postura firme políticamente hablando, porque si el ciudadano no se involucraba en las actividades públicas, nadie podía ni imaginarse en qué abismo terminaríamos por encontrar fragmentos de la Patria, sumida en el caos, la autodestrucción, y una agonía interminable.

Por eso, muchas personas optaron por el compromiso político y partidarista con personas diferentes, como un esfuerzo desesperado por contribuir al retorno de la normalidad, al relativo progreso, a la seguridad de la familia, de los hijos. No estuvo mal que así fuera, pero era necesario sumar alesfuerzo una reflexión profunda y una toma de decisiones trascendente, diferente a muchas otras que hemos asumido como pueblo.

Ahora, cuando uno retorna, encuentra un país inmerso en la extrañeza, sin definiciones tan claras como aquellos días trágicos de la pandemia, sin un norte claramente definido. Es probable que esta sensación radique en el hecho de que no realizamos aquel imprescindible “examen de conciencia”, dejamos que muchas cosas, por sí solas, se reacomodaran, no incurrimos en la responsabilidad esencial de mirar hacia nuestro interior y hacia nuestro exterior con los ojos cerrados y sacar conclusiones.

Es cierto que, como pueblo, decidimos que ya estaba bueno, y que debíamos poner un freno al desorden del que hemos sido testigos y víctimas desde el 1961. Por eso, votamos de la manera en que lo hicimos. Solo que, al mirarnos al espejo, uno se pregunta.

Y extrae sus conclusiones, porque muchos males del pasado que fueron enfrentados por el Ejecutivo, con lo que ganó nuestro aplauso, asoman de formas aviesa desde las penumbras. Los peligros son elevados en el contexto de un mundo incierto y muy complejo. Es preciso, preguntarse sobre los caminos a seguir en medio de tanta confusión e ideas encontradas.

La respuesta está en cada uno de nosotros. Hay que tomar una decisión. Para evitar que el oscuro pasado vuelva por sus fueros y termine por aniquilar nuestra última reserva: ser dominicanos. En el sentido más puro y decisivo del término.