Busque ayuda, ayude

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Altagracia Suriel

Casi cada día se reedita un nuevo acontecimiento que nos alerta sobre la problemática de la salud mental en República Dominicana expresada en continuas tragedias que se pueden evitar.

Un enajenado mental que mata a un niño en un barrio. El homicida suicida que asesina a su familia entera. La profesora que se lanza al mar para desaparecer de la faz de la tierra. El hijo que mata a la madre o al hermano por una riña. Un joven deprimido que intenta destruir el local del PLD.

La ocurrencia de estos hechos nos indica el deterioro sicológico que se está evidenciando en muchos dominicanos y dominicanas. Cuando Juancito fue acribillado por su propio amigo, una de las expresiones del presidente Danilo Medina fue recomendar a la gente “buscar de Dios”.

Algunos lo criticaron y dijeron que no bastaba rezar. Ante las dificultades y adversidades que desbordan al ser humano, sí hay que rezar, orar, buscar apoyo espiritual con el cura o el pastor, ir al sicólogo, siquiatra o la casa del amigo que pueda escucharnos. Una mano amiga a tiempo puede salvar vidas.

La depresión es un enemigo silencioso que nadie nota y que solo hace estridencia cuando hay muerte. Hay mucha gente rumiando frustraciones, desilusiones y desesperanzas que si no se atienden detonan en desgracias. Y más en una cultura global que incita a la violencia con el sensacionalismo.

Hay que crear espacios donde la gente hable de sus problemas y se sienta escuchada. Las iglesias pueden ir más allá del confesionario y promover la consejería espiritual o la pastoral de la alegría para que los fieles comprometidos hagan misión de apoyo con los deprimidos y sufrientes.

Los evangélicos podrían ampliar su tradición de oración a la creación de grupos de autoapoyo y sanación. Una buena obra de los sicólogos sería ofrecer su apoyo voluntario en los barrios donde nadie tiene con qué pagar una consulta sicológica. Tenemos que hacer algo por el que sufre, no quedarnos en la indiferencia del que ve las tragedias en la televisión pero sólo dice: ¡qué pena!



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