La calidad de vida en República Dominicana, sin dudas, está influenciada por una combinación de factores positivos y negativos, que son dimensionados o reducidos dependiendo del “color del cristal con que se mire”, como estableció el poeta y dramaturgo español Ramón de Campoamor.
El comportamiento que exhiben distintos sectores de la vida nacional, que priorizan el diálogo, el entendimiento y la concertación, frente a temas vitales como el de la calidad de la educación, la actualización del Código Laboral dominicano, las falencias del sector salud, la reforma fiscal, entre otros, constituyen señales alentadoras y reveladoras de una buena voluntad, en su conjunto.
Sin embargo, es importante, que se produzca un proceso de reflexión, por ejemplo, en torno a la encuesta que revela la pérdida de confianza en la democracia por parte de los dominicanos, cuyos antepasados, forjadores de la nacionalidad y luchadores, no escatimaron esfuerzos en defenderla.
Los resultados de la “Encuesta de cobertura de cultura democrática”, realizada por el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD) y la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), deben servir de importantes indicadores para reforzar el trabajo en los aspectos de bienestar y comenzar a desarrollar políticas públicas visibles para enfrentar males que afectan a la sociedad desde una muy larga data.
Aunque está claro, y así lo evidencian análisis y estudios diversos, de que la confianza en la democracia y sus instituciones en América Latina alcanza, apenas, el 20% de la población, el país no debe dormirse en sus laureles y sus administradores deben estar conscientes y comprometidos con ese propósito.
En República Dominicana, de acuerdo a la encuesta referida, el porciento de la población que desconfía de la democracia y favorece otro sistema político alcanza el 14%, y eso es mucho, sumado a un 33%, a quienes les da lo mismo, que sea uno u otro, ¡o, nada!… Hablemos, entonces, de que es el 47%, para el que “na´e ná” y el “to´e´tó”.
Es verdad que ese contexto de descrédito de la democracia y de desesperanza no se ha producido de la noche a la mañana, pero también lo es que se ha venido profundizando en forma exponencial y acelerada en las últimas cuatro décadas, lo cual es peligroso, porque, incluso, puede llegar a impactar la propia estabilidad política, económica y social que, sin dudas, prevalece en el país.
Cada vez que se pueda, hay que decirlo, para no pecar de olvidadizos o indiferentes frente a una realidad social que golpea a numerosos grupos poblacionales y en torno a lo cual el liderazgo político, no solo el del presente, sino también el del pasado, tiene mucho que ver.
Es importante hablar de la larga deuda social acumulada; es importante llevar a cabo acciones que impidan que siga incrementándose. En la actualidad, hay sectores que trabajan en eso con ahínco y tesón, pero otros suponen que, la solución a los temas pendientes, deberán caer del cielo y yerran, por supuesto.
Para lograr un avance significativo en la calidad de vida, es crucial abordar estos desafíos de manera integral, promoviendo políticas que fomenten la inclusión social, la estabilidad política y el desarrollo económico sostenible, todo lo cual, no es sólo responsabilidad de quien gobierna, sino también de las demás fuerzas de la nación; o sea, de todos.
República Dominicana está en uno de sus mejores momentos para el despegue integral, su estabilidad política y su muchas veces bien elogiado crecimiento económico se constituyen en los mejores atractivos para la generación de bienestar social.
Es preciso una adecuada distribución de las riquezas con mayores oportunidades de empleo, mejores ingresos para la población y, en fin, mayor calidad de vida. Es tiempo de aprovechar el momento, sobre todo ahora que “República Dominicana está de moda”.