El viernes 20 de mayo ppdo, la sempiterna agudeza del Ing. Pedro Delgado Malagón puso sobre la mesa del país, a título de alerta, una situación financiero/estatal, peligrosamente invisible, en la cual estamos, todos los dominicanos, obligados a reparar.
No se trata de un descubrimiento ni de un invento, sino simplemente de reconocer algo que tenemos en la punta de la nariz aunque no todos nos demos cuenta de que debemos proceder en consecuencia.
Y es que los ingresos fiscales del Gobierno suelen ser aproximados al 14 % del PIB del país. Un ejemplo sencillo, cuando el PIB se proyecte para solamente US$1,000 millones, el Presupuesto de ingresos del Gobierno se perfilará para US$140 millones aproximadamente. Y, tal como es de dominio general, es con estos US$140 millones que el Estado deberá hacer frente a todos sus gastos, compromisos e inversiones anuales.
Pero resulta que entre ciertos grupos de presión se ha puesto de moda la práctica de reclamar que se pre-asignen porcentajes determinados del PIB a la cobertura de determinados quehaceres e inversiones estatales, como si dicho PIB fuese un impuesto que ingresa y se hace disponible en el flujo de la Tesorería Nacional.
Apunta Pedritín, muy atinadamente, que, por ejemplo, ya nos acostumbramos a que el equivalente al 4 % del PIB vaya a Educación, y ahora queremos que el equivalente al 5 % vaya a Salud y se aspira a que otro 5 % vaya a infraestructuras para propulsar el crecimiento del progreso. Y sugiere con precisión: ahí está en total el 14 % del PIB a que se aproximan los ingresos fiscales del Gobierno. Y, claro, esas pre-asignaciones lucen magníficas e inobjetables, pero una pregunta se nos cae de la mata: ¿y los otros gastos, compromisos e inversiones, cómo los sufragaremos?
Tendríamos todavía pendientes los subsidios y subvenciones, los pagos de la deuda, los gastos sociales, los gastos diplomáticos, los gastos generales y corrientes del Gobierno y de los ministerios, los programas especiales para agricultura, investigaciones y afines, los deportes, el sostenimiento y desarrollo tanto de las FF. AA., como de la PN, así como de los servicios de seguridad de los cuales el Estado no puede prescindir.
¿Qué haremos para satisfacer esos otros quehaceres? Ante un pensativo y probable mutis, yo pregunto: ¿será esa la causa precisa del endeudamiento creciente a que ha sido sometido el país en los últimos tiempos?
El Gobierno debiera habilitar desde ahora la “Mesa de la Seriedad”, en la que se conjuguen las experiencias, la sapiencia, las opiniones, los criterios, la creatividad, la metodicidad, la sensatez y las mejores voluntades de la nación en busca de las debidas soluciones. Ojalá se pueda, pues, de lo contrario, serán muchos los cometidos que quedarán desiertos, no tanto, quizás, por la potencial falta de recursos como por la desidia y la irresponsabilidad gerencial.