Terrence Floyd, hermano de George Floyd, muerto a consecuencia de la brutalidad policial en Minneapolis, Estados Unidos, dirigiéndose a una multitud le expresó que entiende que estén molestos; pero que duda que estén la mitad de molestos que él.
Sostuvo, además, que él no hace salvajadas, ni destruye cosas, ni arruina su comunidad y que con eso no hacen nada, porque la violencia no traerá de vuelta a su hermano, y remata diciendo que “no vamos a repetirnos”, pues si bien las manifestaciones porque se haga justicia son legítimas, estas deben ser pacíficas y la rabia traducida en votos.
Lo que ocurre en Minneapolis, Nueva York, Chicago y Los Angeles es una repetición de la indignación popular provocada por las brutalidades policiales en EE. UU., país que proclama la igualdad para todos; pero donde persisten grandes niveles de desigualdad material y existen varias organizaciones de extrema derecha que promueven la supremacía blanca y, con ello, el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, la homofobia y el anticatolicismo, recurriendo frecuentemente al terrorismo y a la violencia para imponerse y oprimir a sus víctimas negras.
Devolver con violencia los actos de brutalidad policial es incitar a la misma violencia que se repudia, es generar sentimientos de venganza privada que nos devuelven a etapas incivilizadas ya superadas.
El llamado del que considero un nuevo Martin Luther King, Mahatma Gandhi o Nelson Mandela, tres grandes líderes del siglo XX en la lucha contra el racismo, si cabe la comparación, es a resistir sin violencia y luchar para ponerle fin a las desigualdades institucionalizadas.
Este nuevo Luther King, Gandhi o Mandela trae el rostro de la no violencia; pero con un reto para todos: si queremos acabar con las desigualdades, generadoras de violencia y desorden, elijamos a presidentes y legisladores que, en representación de todos, den demostraciones irrefutables de hacer cesar el imperio de la discriminación en todos los órdenes.
La desobediencia civil debe ser pacífica y las elecciones son el espacio ideal para elegir a nuestros auténticos representantes, porque, como afirmaba Thoreau, quien dotó de contenido al concepto de desobediencia civil, el gobierno no debe tener más poder que el que los ciudadanos estén dispuestos a concederle.