Lo mejor del neurocirujano de 71 años, Ariel Henry, como nuevo gobernante de Haití, es que no comulga con el nefasto Aristide, quien igual al saliente Joseph es inequívocamente muy anti-dominicano. El embrollo por el magnicidio de Moïse luce peor que una novela de Agatha Christie, con tantos sospechosos como posibles beneficiarios del crimen y otros con motivaciones ocultas. La credencial de médico prestigioso no necesariamente significa cosas buenas.
Duvalier fue médico especializado en buba o pian; otro galeno figuraba solito en una lista de científicos mientras era simultáneamente houngan-en-jefe de los brujos o sacerdotes del vudú. Más que brujería, Haití necesita encontrar y juzgar a quienes mataron a Moïse.
Debe explicar qué ha hecho con trece mil millones de dólares donados desde el terremoto de 2010; restaurar el orden público y la seguridad eliminando las bandas armadas; reformar su Constitución para que su gobierno pueda funcionar; y –como si fuera poco lo anterior— celebrar elecciones. Quizás es imposiblemente demasiado, considerando que nunca han logrado ni siquiera llevar su registro civil.