Nos hacía soñar. Con dedos como escarabajos, subía por cada espacio de su guitarra y ese recorrido nos hacía soñar. Burbujas al aire, aviones despegando. De repente nos veíamos en otro país, aplaudiendo la resistencia argelina o escupiendo la cara del fascista Pinochet. O recordando la dulce y extraña sonrisa cortada de Mami, esa que nunca pudimos entender por qué era más hermosa mientras más apretaba la vida.
José José, pero en melodía. O más bien cantado a través de sus dedos, que galopaban, raudos, por las viejas guitarras traídas por nuestro padre junto a típicos instrumentos mexicanos que estudiábamos con extrañeza. De sus manos oí hablar a Nicolás Casimiro, cantar en el Parque Enriquillo cuando la diabetes lo llevaba rápido en ese viejo banco metálico del que no salió hasta cantar sus últimas tristezas.
A Branno lo vimos en toda nuestra infancia y adolescencia sacar los lamentos, las alegrías y las risas de esa guitarra que Mami tomaba en los momentos más difíciles. De él aprendimos que se puede salir de las trincheras a cantar, que las penas pasan por cada melodía risueña que sale de las cuerdas, que todo era hermoso por encima de los tiempos. Es lo que mejor sabe hacer mi hermano Branno, además de dibujar.
Meses atrás vino con Nueva York en servilletas. Había pintado la ciudad de hierro en frágiles papeles desechables y las trajo a Santo Domingo a exponer. Ha dedicado sus últimos años a conocer la historia de esa ciudad que reprochaba en su vida de casado y ahora disfruta e investiga hasta los últimos suspiros de verano. En Santo Domingo, capital que eructa la cultura, tuvo una exposición en el CODIA con poca asistencia, apenas algunos familiares y par de viejos locos que siguen sus sueños donde quiera que estén. Sus servilletas con dibujos son una obra fantástica que en el primer mundo estuvieran en museo y valieran millones; no en Santo Domingo, donde la juventud alienada cuelga sus pantalones a mitad de nalgas.
Es lo mejor que sabe hacer mi hermano Branno, tocar la guitarra y ahuyentar los pasados con el invierno apestantemente frío de Nueva York, ciudad a la que nunca pensó ir y a la que hoy rinde la alfombra de sus mejores años.
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