Como gran parte de la gente progresista y sensata del continente y de otras regiones del mundo, confieso que he quedado desconcertado, abrumado y apenado, ante el triunfo del candidato ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil.
Así es que me dispuse a escuchar las opiniones de otras personas sobre el caso para entender por qué a Bolsonaro le fue tan fácil concitar el apoyo de más de 50 millones de brasileños, a pesar de tener un discurso racista, homofóbico, contra las mujeres y a favor del gran capital, que es lo mismo que decir en contra de los pobres que fueron favorecidos durante la gestión de Lula y Dilma Rousseff.
En ese sentido, consulté al economista Antonio Ciriaco Cruz, vicedecano de Economía de la UASD, y él me explicó cómo la ralentización de la economía fue determinante, “cuando el ciclo económico cambia, también cambia el político”.
Brasil es un gran exportador de materia prima, sobre todo a China, y al gigante asiático desacelerar su crecimiento económico, eso se reflejó en Brasil, provocando una situación desfavorable, que afectó a millones de personas, incluidos los más de 30 millones que Lula sacó de la pobreza y que ahora demandan más bienes y servicios, y ya no se conforman con menos.
De 2014 a la fecha, Brasil ha sido afectado por una crisis sin precedentes. Su economía se contrajo hasta un -7%.
El factor económico, unido a los escándalos de corrupción, generó un ansia de cambio en una parte de la sociedad carioca. Es una explicación lógica, pero pienso que esto solo no justifica el triunfo de Bolsonaro.
Cómo puede Brasil votar mayoritariamente por un nostálgico de la dictadura, un candidato abiertamente racista, homofóbico, y partidario de ampliar la explotación de la selva amazónica, ese pulmón del planeta.
No lo asimilo.
Comprendo que también el deseo de cambio de los brasileños, agobiados por la delincuencia y la decepción generada por los escándalos de corrupción erosionaron al izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), a Lula, y auparon al excapitán de 63 años de edad. No obstante, para mí, este brasileño es más difícil de digerir que el tiburón podrido aquel.
La elección de Bolsonaro es el triunfo de lo absurdo. Evidentemente, eso no fue lo que pensaron los cerca de 50 millones de personas que votaron por él (56% de los sufragios), lo cual le dio una ventaja amplia frente a Fernando Haddad, quien obtuvo el 44% de los votantes, unos 41 millones de personas.
En materia de política internacional no hay que olvidar que Brasil es la octava economía mundial, y sin duda la locomotora de la región. Hay que esperar qué hará frente a los proyectos de integración como la Celac o el BRICS.
De lo que no hay duda es de que dará marcha atrás a proyectos sociales impulsados por Lula y Dilma como Hambre Cero o repartición de tierra a los campesinos.
En cuanto a los avances democráticos no hay nada que esperar de semejante personaje.
Se trata de un retroceso que pagarán con creces los pobres, la clase media, sean o no del PT o cualquier otro partido opositor.
Solo me resta decir que Brasil es un claro ejemplo de cuánto le cuesta a la democracia la falta de unidad de los progresistas y la pobre educación política de los pueblos y sus lideres.