Bodas de oro sacerdotales

Bodas de oro sacerdotales

Bodas de oro sacerdotales

Alex Ferreras

El padre Estanislao Szarwark, C.I.C.M., sacerdote norteamericano de origen polaco, acaba de celebrar sus cincuenta años de misión sacerdotal en la República Dominicana.

Lo hizo fuera de brillos cesáreos, sin flashes y sin ruido, reflejando así la persona que es, de espíritu humilde y sencillo, solidaria, humana, incansable en su ministerio, de amplia y franca sonrisa, y de una integridad moral a toda prueba.

Desde el decenio de los sesenta, la Congregación del Inmaculado Corazón de María, a la que pertenece, ha dejado huellas en el suroeste, la más deprimida de nuestras regiones, como muy bien se sabe.

Después de la presencia de esta Congregación en esa región, nada fue igual en esa época muy difícil para el país y el resto del mundo. Esta verdad la atestigua un buen número de grupos sociales y culturales de la región que fueron fundados por ella.

Radio Enriquillo, Promus, el Centro de promoción de Cabral, Lemba, lo mismo que varios otros grupos y organizaciones, fueron algunos de los grandes aliados del padre Estanislao y sus compañeros de misión procedentes de África, Asia, América y Europa.

La irradiación de su labor pastoral y social alcanzó, en destellos de amor y esperanza, a comunidades apartadas un tanto inhóspitas y de clima asaz estéril.

No es poco decir que considero al Rev. Estanislao como mi segundo padre. ¿Qué no puede decir, pues, un hijo de un padre que se desvivió, junto a otro religioso norteamericano, un tejano de ascendencia también polaca, el sacerdote Adam S. McCloskey, por brindarle la mejor formación académica en su labor de promoción humana?

Y no vayan ustedes a creer que el que ahora emborrona estas líneas haya sido el único agraciado de la largueza del espíritu proveedor y formador del padre Estanislao, una largueza distribuida al amparo del silencio, una de sus grandes virtudes. No. Son unos cuantos, hoy, hombres y mujeres de bien que se han destacado, cada uno en sus profesiones, si no yerro, tanto dentro como fuera del país.

Acepte, pues, mi querido reverendo y padre Estanislao, este humilde testimonio de gratitud y reconocimiento de por vida que aquí le ofrece uno de sus hijos y un antiguo monaguillo de la parroquia San José de Jaragua.

Le aseguro que este tributo ha sido, para mí personalmente, el más grande y feliz de los oficios que jamás hayan caído sobre mis hombros.



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