Conozco bastante bien la zona fronteriza que divide a la República Dominicana de la República de Haití no sólo porque llegué a la adultez residiendo en esa parte del territorio, sino por el hecho de haberla recorrido y estudiado con interés académico.
Junto a los periodistas José P. Monegro y Ruth Herrera recorrí centímetro a centímetro la zona fronteriza en 1996; con ojos de reporteros agudos la auscultamos y plasmamos su realidad en una serie de reportajes en las páginas de Listín Diario. Desde entonces, pocas cosas han cambiado de la cotidianidad fronteriza.
Años después, entre 2010 y 2012, me introduje en la frontera nuevamente cuando cursé el Máster en Defensa y Seguridad Nacional en la actual Universidad Nacional para la Defensa, antes Escuela de Graduados de Altos Estudios Estratégicos.
El plan de estudios incluyó una visita a la capital haitiana, Puerto Príncipe, en ese momento bajo el control de la Misión de Estabilización de las Naciones en Haití (MINUSTAH).
Todo esto me avala para conocer con cierta profundidad un territorio del que no me pueden hacer historias acomodadas a intereses particulares. Allí conozco al ciego durmiendo y al cojo sentado.
La realidad es que a través del tiempo esta zona estratégica ha servido para muchas cosas: Contrabando de mercancías, negocios de militares y civiles, trata de personas, excusas para la compra de equipos y pertrechos militares e inventos sobre supuestas amenazas a la soberanía nacional.
El presidente Luis Abinader no ha sido el único en asumir públicamente la narrativa del reiterado “blindaje” de la frontera.
La práctica ha demostrado que esa parte nunca ha estado bien protegida, a pesar de los esfuerzos oficiales en construir una percepción favorable en ese sentido.
En estos días esa narrativa ha quedado al desnudo cuando se ha comprobado que al menos seis camiones cargados con diversos productos han sido robados en la provincia de Santiago en los últimos meses por miembros de la alegada estructura delictiva que encabeza Pierre Peguy, líder de la banda haitiana «Los 400 Mawozo».
No se trata de una invención, sino de hechos comprobados. La Asociación de Camioneros Domínico-haitianos confirmó que la Policía Nacional ha recuperado dos de los seis camiones que les han despojado a sus afiliados mientras se desplazan por la autopista Joaquín Balaguer, que conecta los municipios de Santiago y Navarrete y otras localidades de la Región del Cibao.
Lo más preocupante radica que no se trata de una situación aislada, sino que va adquiriendo un carácter de generalización peligroso. También existen denuncias de que transportistas han sido despojados de sus mercancías, mientras se desplazan próximo a la fronteriza de Dajabón. Según las denuncias, los asaltantes utilizan armas largas y ropas con insignias de agentes policiales dominicanos.
Ante estos hechos irrefutables, altos oficiales superiores y civiles deben dar explicaciones al pueblo dominicano por qué mintieron con sus afirmaciones en el sentido de que la frontera estaba “blindada”, a sabiendas de que no era cierto.
Hay que explicar la elevada suma que eroga el Estado en inteligencia para defender los intereses nacionales frente a Haití. Hay que explicar cuál es el papel del Ejército de la República Dominicana como guardián de la frontera, con énfasis en su Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza Terrestre (CESFRONT).
Hay que explicar el incremento de haitianos ilegales que cruzan la línea fronteriza.
Muchas preguntas están sin respuestas respecto a la protección que debe existir en la frontera terrestre para protegernos de eventuales amenazas. Lo que sí ha quedado claro es que el soñado “blindaje” de la frontera es sólo ilusión.