Las decepciones son necesarias. Te hacen más fuerte y te permiten tomar una decisión: quedarte con lo bueno y lo aprendido o sentirte víctima y llena de frustración.
Siempre he optado por la primera opción y trato de transmitir ese mensaje a la gente joven e intensa con la que tengo la suerte de trabajar.
Siempre he considerado que aquello que hago es porque yo lo decido, hay quien me reprocha que doy más de lo que recibo y que siempre me entrego demasiado y por eso llegan las decepciones.
Lo que siempre les digo es lo mismo: es porque así soy, así me gusta hacer las cosas y es lo que me hace feliz, quien no lo aprecie o lo valore, no me importa, porque siempre estaré tranquila conmigo misma y eso es algo que, al final, no negocio.
La vida me ha enseñado también que aquellas personas que sólo se mueven por interés o por ver qué pueden sacar de otros acaban recibiendo el mismo trato y la misma moneda, así que eso de que recoges lo que siembras es real.
Y por eso siempre me quedo tranquila, siendo fiel y constante en lo que considero debo y quiero hacer.
Hay quien piensa, cuando hago esto, que puede sacar ventaja y lo que no saben es que soy totalmente consciente de hasta dónde voy a llegar y hasta dónde no. Es lo que te dan los años y la experiencia.
Por eso las decepciones no me paran, me dan más energía y cuando aparece una puerta que se cierra hay otras que están esperando abrirse con la ventaja de que traigo tantos, tantos aprendizajes que la abriré con fuerza. Eso sí, de nuevo siendo fiel a mí misma, porque eso nadie lo va a cambiar.