Bienvenida la lluvia que ha estado cayendo en estos días. La lluvia, esa obra maestra de la naturaleza, maná que cae del cielo para regar la vida, y a la cual tantos poetas y filósofos, prosistas y versificadores, le dedican sus creaciones, ha venido a aliviar la sequía que nos llevaba ya a las fronteras de la desesperación.
La tierra, sedienta como estaba, ha consumido rápidamente el agua que ha caído y ojalá la madre naturaleza nos mande otros buenos aguaceros y haga que la vida adquiera nuevos bríos.
Uno de los personajes inolvidables de mi infancia fue la lluvia. Y cuando hoy la veo caer no puedo menos que evocar los tiempos aquellos en que, de mañana, veía a don Jorge y los trabajadores de la casa empapados de arriba abajo, en la brega con los animales y los frutos.
Nací en plena segunda guerra mundial, cuando el Ejército Rojo detenía el empuje de los alemanes para iniciar luego la colosal contraofensiva que, desde la heroica e inconquistable Stalingrado, terminó con la toma de Berlín en 1945.
A los efectos de la guerra en nuestro país se habían sumado los de la asoladora sequía de 1944, la seca del Centenario, una hambruna castigó con dureza a la población.
En 1946 nos castigó el terremoto del 4 de agosto y poco después una inundación que marcó época allá en mi tierra.
La Creciente de Agosto se le denominó.
No alcanzo a precisar de cuál año, pero algunas escenas las recuerdo vagamente. Para mí, la lluvia ha sido siempre un elemento cercano y ahora, cuando el país sufre aún el azote de una seca que se ha estado extendiendo y provocando gravísimos problemas, la veo caer desde la ciudad y la saludo.
Veo las gotas que como largas agujas de cristal se estrellan contra la ventana y hasta romántico me pongo. Porque, entre otras cosas, la lluvia fortalece el espíritu y predispone al amor.
Otros tienen derecho a verla y recibirla con un sentido menos retórico y mucho más realista.
El criador, que impotente ve morir sus animales porque la seca le aniquila el pasto; el agricultor, que fija sus esperanzas en la cosecha expuesta a marchitarse, y por ese mismo estilo, cada quién desde su ángulo y sus circunstancias, tiene motivos para sentirse alegre con las lluvias y darle también la bienvenida.