El que no defiende lo suyo, lo pierde. Y en los tiempos que corren, los pierde de la manera más tonta, escuchando a los cantos de sirena de los supuestos derechos humanos que sirven solo para algunos y no para otros.
Es la misma historia de los migrantes africanos encaramados en la valla construida por España, por la que todos los medios españoles hablan de discriminación racial, cuando, en verdad, deberían estar hablando de injusticia social, de cómo hay que cambiar un sistema económico, político y cultural como el neoliberal, que ha hecho invivibles los países de esos pobres desdichados de la Tierra.
El resultado no es que, al hacerlos entrar, se resuelva el problema, sino que se reduce la población de un país avanzado al mismo nivel que esos países de donde proceden los migrantes.
Cuando a Mario Monti, el ex primer ministro de Italia, le preguntaron qué tenían que hacer los jóvenes que no encontraban trabajo, este contestó que emigraran a Chicago o Nueva York, y que se fueran acostumbrando a la idea de un trabajo precario por el resto de sus vidas, pues esa era la realidad laboral del mundo de hoy.
Pese a la problemática del desempleo, la presidenta de la Cámara de diputados italiana se la pasa hablando de que hay que desarrollar una “cultura de la buena acogida” y de aceptar a todo el mundo. El plan es echar a todos, nacionales y no, en el saco de la indigencia para que unos cuantos vivan bien y se aseguren lo suyo.
Si una parte de la intelligentsia haitiana de este lado de la frontera quiere ayudar tanto a resolver el problema de su gente –a lo cual tiene todo el derecho, claro-, ¿por qué no lo hace, entonces, desde Haití, su patria querida?
Hay que decirlo con todas sus letras: a un representante de esa misma clase (que goza de espacios privilegiados en algunos diarios y otros medios de comunicación de masas nacionales), una propuesta como la indicada, no le conviene, ya que de seguro es bien retribuido para que desarrolle el plan redentor –y conciliador– a favor de sus compatriotas en el país.
Un extracomunitario que llega ilegalmente a Italia no solo se aprovecha del hecho de que ya la entrada ilegal no es un crimen, sino que automáticamente tiene derecho a alojamiento, atención médica, comida y unos mil euros mensuales, y todo, porque hay que respetar los derechos humanos.
Entonces, si alguien se queja que eso es injusto, pues hay ciudadanos italianos desesperados y sin trabajo y casa en el país, de una vez se le acusa de xenófobo y racista, lo mismo que en este país.
A los que hacen esa acusación nunca se les ocurriría cuestionar el sistema económico que ha creado este problema o quizás desplazarse ellos mismos a esos países para ayudar a mejorar las cosas desde allá. Es que en este fenómeno de las migraciones actuales hay mucha plata de por medio. Son migraciones muy rentables para cierta gente, con las muchas oenegés a la cabeza.
Hace poco nuestro canciller afirmó que los flujos migratorios, como el de los haitianos a RD, son solo fenómenos normales, y que hay que aceptarlos, y punto. No más palabras.