La expulsión del “boca-sucia” Rogelio Cruz de la orden salesiana seguramente significará que, dado el prontuario cuyas faltas él mismo realza, ningún obispo lo incardinará, quedando en un limbo canónico previo al previsible término de su infructuosa carrera sacerdotal.
El vedetismo consuetudinario de este señor es a mi juicio una vergüenza para la Iglesia, no solo para el ala conservadora que él incordia, sino también a los progresistas, a quienes más ha dañado. Ninguna de las causas que dice defender ha avanzado o mejorado gracias a su fogoso desenfreno.
Difícilmente pueda invocarse en su defensa que ha propagado la fe, fortalecido su religión, mejorado la justicia social o que haya contribuido a la espiritualidad de don Bosco, de atención parroquial preventiva a favor de niños especialmente los callejeros.
Al contrario: el único éxito suyo ha sido el bochinche escandaloso, la provocación insensata, la insubordinación e irrespeto; nada de qué enorgullecerse ni que sea ejemplar o admirable. Ojalá sea suficientemente hombre para revelar sus chantajistas amenazas contra obispos y concluya con flore.