La Navidad. Lo aparente: es una fiesta de final del año civil. En el hemisferio norte se vincula al inicio del invierno. En el hemisferio sur al inicio del verano. Milenios antes del cristianismo eran momentos de celebraciones religiosas de todo tipo y más de una deidad celebra su cumpleaños en esas fechas. Poco importa que Jesús haya nacido o no en esta fecha, los Evangelios no son investigaciones históricas, ni crónicas periodísticas. Son el testimonio de Fe de las primeras comunidades cristianas.
El literalismo bíblico y el rigorismo moral que le acompaña no es sostenible para quien verdaderamente entiende la naturaleza de los textos del Antiguo y el Nuevo Testamento. Los acápites 105 al 108 de nuestra Catecismo señala con precisión que la Biblia es Palabra de Dios, pero a la vez: “…la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo» (San Bernardo de Claraval, Homilía super missus est, 4,11: PL 183, 86B). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24, 45)”. Amor, libertad e inteligencia son demandados en el discernimiento de los textos bíblicos, porque es la única manera humana de hacerlo y por supuesto el Espíritu Santo no anula nuestra humanidad, por el contrario, la perfecciona, precisamente por la Encarnación, que es lo que celebramos en Navidad.
La clave de la Navidad es celebrar la encarnación de Dios. Que el Altísimo acampó entre nosotros. Nos visitó el Sol que nace de lo Alto. Dios se hace hombre e inicia su camino hacia la cruz, hacia nuestra redención. Comparto con ustedes el cántico de Zacarías, cuando le presentaron su hijo recién nacido, Juan Bautista, el primo de Jesús, yo no tengo mejores palabras para expresarlo.
“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.
Celebremos la Navidad.