El papa Francisco bendice el ataúd del papa emérito, Benedicto XVI, durante la misa funeral celebra este jueves en el Vaticano.
VATICANO.- Los restos de Benedicto XVI, primer papa que renunció en 600 años, son enterrados en una tumba en las grutas vaticanas.
El papa emérito Benedicto XVI, de quien Francisco destacó su “sabiduría” durante la homilía de la misa funeral, fue despedido este jueves en una sobria ceremonia en la plaza de San Pedro del Vaticano ante unas 50.000 personas, antes de ser enterrado en la tumba que perteneció a su admirado Juan Pablo II.
En lo que es casi una circunstancia inédita en la historia de la Iglesia católica, el pontífice argentino presidió el funeral de su predecesor, fallecido el pasado 31 de diciembre a los 95 años una década después de su histórica renuncia al pontificado, y que fue oficiado por el decano del colegio cardenalicio, el italiano Giovani Battista Re.
Las exequias del papa alemán, concelebradas por 130 cardenales, 400 obispos y 4.000 sacerdotes, fueron muy similares a los de los anteriores pontífices, aunque con algunas diferencias al no ser Benedicto XVI papa “reinante”, como que en el Vaticano no se ha declarado día de luto y todo ha permanecido abierto.
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“SABIDURÍA, DELICADEZA Y ENTREGA»
El féretro con los restos mortales fue trasladado a hombros por doce “sediarios”, los portadores de las antiguas Sillas Gestatorias, hasta el atrio de una plaza de San Pedro envuelta hoy por una densa niebla desde el interior de la basílica, donde había sido instalada la capilla ardiente, visitada por cerca de 200.000 personas durante los tres días previos al funeral.
Un fuerte aplauso acogió la aparición del ataúd, que fue situado delante del altar mientras sonaban las campanas a muerto y el secretario personal de Benedicto XVI, monseñor Georg Ganswein, colocaba sobre él un libro de los Evangelios abierto, tras lo cual comenzó el rezo del rosario que precedía a la ceremonia.
El papa Francisco destacó la “sabiduría, delicadeza y entrega» que Benedicto XVI “supo esparcir a lo largo de los años” en su homilía, que leyó sentado debido a sus problemas de rodilla y que comenzó con las últimas palabras que el Señor pronunció en la cruz según el Evangelio- “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
“Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años”, añadió Jorge Bergoglio, que hizo muy pocas referencias explícitas al emérito.
Tras el funeral, los restos fueron trasladados a las Grutas Vaticanas, situadas bajo la basílica de San Pedro y donde están enterrados los papas, para ser exhumados en la tumba que perteneció a san Juan Pablo II, por expreso deseo de Ratzinger. Antes de entrar en la basílica, Francisco se detuvo de pie algunos minutos y posó su mano delante del féretro.
“SANTO SUBITO” Y MENOS ASISTENTES
Cerca de 50.000 personas asistieron al funeral, una cifra muy por debajo de las primeras estimaciones, según los datos facilitados por la gendarmería vaticana, pues la jefatura de la policía de la capital italiana había llegado a prever el doble de asistentes, después de cerca de 200.000 visitasen la basílica en los tres días de capilla ardiente.
Algunos fieles sostuvieron en una gran pancarta en la que se leía “Santo Subito” (Santo ya), la petición que también resonó con fuerza durante el funeral de Juan Pablo II, pero no se vivieron las aglomeraciones del funeral del papa polaco en 2005, al que asistieron cerca de 200.000 fieles.
Según el plan de seguridad aprobado por la Policía de la capital italiana, se cerró el espacio aéreo en toda la zona y se han puesto a disposición helicópteros, francotiradores, cuerpos especiales, incluidos los de lucha contra el terrorismo, bomberos y la policía municipal.
En total habrá más de 1.000 agentes empleados. El funeral no era de Estado, por lo que las autoridades acudieron a título personal y solo dos delegaciones tuvieron carácter de oficial, la de Italia y la del país natal de Ratzinger, Alemania, encabezadas por sus presidentes, Sergio Mattarella y Frank-Walter Steinmeier, respectivamente.
Entre los dignatarios de 20 países presentes estuvieron la reina emérita doña Sofía de España, los monarcas Felipe y Matilde de Bélgica o el canciller colombiano, Álvaro Leyva Durán, así como el presidente de Polonia, Andrzej Duda; la de Eslovenia, Natasa Pirc Musar; el de Togo, Faure Essozinma Gnassingbe, y la de Hungría, Katalin Novak.
También estuvo representado el Patriarcado ortodoxo de Rusia, con el metropolita Antonij di Volokolamsk, así como la comunidad judía de Roma y la Comunidad Religiosa Islámica Italiana (COREIS), con su vicepresidente Yahya Pallavicini.