Aventuras
Una cuadra al sur del Palacio de Bellas Artes estaba Güibia, playa prohibida por peligrosa, lo cual naturalmente la hacía más atractiva para quienes pasábamos de la niñez a la adolescencia.
Muchachos de más edad y bellas hembras, bronceadas como para anuncios de Coppertone, surfeaban las pequeñas olas mientras los demás nos azorábamos por su destreza.
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Un verano, un circo acampó en el enorme solar entre el Malecón y la clínica Gómez Patiño. A dos elefantes los tenían amarrados del lado de la avenida Independencia.
Estaban de moda unas pulseras de pelo de cola de elefante muy difíciles de conseguir.
Un amigo y yo ideamos un “safari” para cosechar los pelos de los elefantes. Milagrosamente cumplimos la peligrosa misión. Mis mejores primos mayores me enseñaron a marotear cajuiles, limoncillos y mangos en la UASD y almendras y jobos en otros solares, hasta que un día un enjambre de avispas me cayó encima.
Terminé hospitalizado pues resultó que soy alérgico a esas picadas. Quizás después fue que me apasioné con la lectura.
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