La peor de las dolencias de nuestra prensa es que muchos editores han preferido abdicar antes que ejercer el criterio en asuntos morales. Hacer o decir lo correcto aunque nadie nos esté viendo o vivir de acuerdo a valores y normas que algunos llaman anticuados, no parecen ser las virtudes más apreciadas en el depauperado mercado de la opinión pública.
Poseer alguna opinión honesta, si va a contrapelo de cierta gleba maledicente, provoca lluvias de insultos que medios dizque serios publican. Debatir ideas es una quimera. Creo que la degradación del periodismo comenzó por la radio, por el afán morboso de captar audiencia en base a ensuciar el espectro con escatológicas expulsiones reveladoras de cual sustancia llena las cabezas o el alma de sus decidores.
Además, pese a cuán honrado, serio y trabajador es el pueblo, siempre hay una franja más afín al escabroso estilo de logreros y chantajistas. Para mi papá fue horroroso que desde joven ejerciera el periodismo, “oficio de tígueres”. “No dejes el Derecho”, me decía. ¡Tenía razón!