Excusas. Tan usadas, tan recurrentes y sinceramente tan poco necesarias. Creo que si enfocamos las cosas poniendo primero la palabra responsabilidad, no deberían existir las excusas. Tenemos una tendencia natural a explicar las cosas y eso no está mal cuando se trata de dar razones y soluciones.
Al final lo que más hacemos es dar excusas para no asumir los resultados negativos de algo, esperando que caiga en otros. Aquí entra también otra palabra importante: la verdad. ¿Cuántas excusas vienen acompañadas de mentiras? Ahí es cuando ya para mí cruzamos límites que no debemos.
Creo firmemente en asumir las consecuencias de las cosas, sobre todo de aquello que no hago correctamente, y siempre intento ver cómo puedo compensar o buscar una alternativa, porque en el mismo instante en el que tengo una excusa convincente, o la armo, me estoy engañando a mi misma y a los demás y eso no da absolutamente ningún aprendizaje.
Cierto es que a veces las usamos para dulcificar un mensaje, para no hacer “daño” a otros, pero al final todo acaba saliendo y si eres una persona proactiva, que asume las cosas y vieneS siempre con un plan B, no solo vas a sentir que construyes algo es que todo aquel que te rodea va a confiar en ti.
Ahora, si siempre te pasa algo, tienes una excusa para cada cosa y piensas eso de “no pasa nada” u otra persona lo solucionará, te vas a quedar siempre en el mismo lugar en el que estás porque tarde o temprano dejarán de contar contigo.
Y esas personas encantadoras que piensan que pueden manipular a otros uniendo excusas con halagos o castillos en el aire son los primeros que caen porque no se puede engañar eternamente. Responsabilidad, autocrítica y acción son para mí innegociables.