En la prensa dominicana adolecemos de incapacidad para la autocrítica. Vivimos criticando u opinando sobre todo y todos, pero pocas veces hacemos una introspección inteligente.
Eso –pero no solo eso— explica que haya diarios y medios en los que figuras casi repulsivas, políticos con tan poco arraigo que en décadas no han logrado sumar suficientes votos para llenar una sala de cine, merezcan con frecuencia abusiva grandes despliegues de sus declaraciones, casi siempre desacertadas.
Un hijo de Trujillo impedido legalmente por varios motivos para participar como candidato; otro hijito de un político notorio por sus arranques histriónicos y apasionamientos; otra hija incapaz de sobrellevar el peso de la heroicidad de padre y madre; uno que la mera fiscalía distrital desquició por siempre con megalomanía insignificante; un calco malo de Bukele que caricaturiza la política; en fin, una larga lista de politiquillos cuya única vigencia existe mediáticamente, porque ninguno saca una gata a orinar. Pero un sueco o malayo que lea nuestra prensa creería que nos sobran grandes líderes, porque ¡cuánta prensa!