La exposición pública de quienes hacen negocios, política o desarrollan cualquier otra actividad de interés colectivo tiene dimensiones nunca antes pensadas: distribución al segundo, derribo de velos con un solo click, documentación rápida, precisa y testimonios gráficos irrefutables, todo circulando en la esfera digital en forma interconectada.
El acceso a la información -antes vedada al público, resguardada en férreos archivos físicos- es cada vez más amplio y menos costoso. 29 dólares son suficientes para hallar en algunos sitios web con documentos legales, reportes del FBI, la CIA, y otras instancias investigativas, sobre personas y sociedades comerciales.
Ningún inversionista se puede dar el lujo de desembarcar en un país con simulaciones, pretendiendo hallar un grupo de incautos a su paso, cuando tiene antecedentes delictivos en otros lares. Eso aflora. Ningún hecho es lejano, no ocurre de manera remota. Las tecnologías de la información acortan distancias y crean vecindades globales.
Audios, videos y fotografías de momentos, manuscritos, documentos formales, chats, posts, facturas, comentarios en redes sociales, y otras evidencias, tienen riesgos asociados altos para personas públicamente expuestas.
Constituyen serias amenazas a la reputación o facilidades para la producción y difusión de esas “fake news” , peligrosas si se reacciona con silencio y terribles si verbalmente se contestan.
En la era de la información y de la internet vivimos -aunque estemos protegiendo la intimidad con fuertes barreras materiales- en casa de cristal y realmente desnudos, una situación no controlada con el uso de “bocinas” y sus relatos pagados, censura mediática posibilitada por las conexiones especiales y el amiguismo perverso.
El dato bloqueado en una parte brota por otras; la verdad solapada a fuerza de comprar lealtades aflora en cualquier blog o perfil de redes sociales hasta expandirse por todos lados con sus secuelas destructivas.
No hay mejor opción que acogerse a las buenas prácticas, ser auditable, asumir la transparencia como norte y narrar los hitos que marcan la diferencia y muestran lo irrefutable del deber cumplido. Así es, aunque te digan pendejo.