Las lecturas sobre el desempeño de un gobierno pueden ser múltiples, variadas, coincidentes, contradictorias, buenas y malas en función de los intereses del sujeto que las haga, de los elementos condicionantes de su entorno y de los prejuicios en los que se fundamente su percepción que, al fin y al cabo, es su realidad.
La subjetividad en el análisis no es pecaminosa siempre que sea honesta y se aproxime al mundo de la concreción, al campo de lo comprobable, y no se quede divagando en la fantasía, algo muy común en esta época de la posverdad, del posperiodismo y del polémico meme como categoría comunicacional.
A sus cinco años, la administración del presidente Danilo Medina ha sido buena desde mi perspectiva: la economía ha crecido en forma continua; ha habido estabilidad social y política, respeto al derecho a disentir, a las críticas (justas, injustas, merecidas, inmerecidas, acres e intolerantes a ultranza y hasta irrespetuosas), a las protestas y a las manifestaciones populares desfavorables.
Como agente económico y microempresario tengo nexos cotidianos con diferentes entes afectos, desafectos, militantes, indiferentes al Gobierno y hasta de la Marcha Verde, la mejor expresión popular de los últimos tiempos a favor de la institucionalidad, que no pueden negar una verdad de a puño: han prosperado materialmente.
Podrán argumentar que se trata de su propio esfuerzo –y no hay por qué desconocer ese mérito-, pero huelga señalar que sin un marco de estabilidad económica, propio de las políticas públicas, su bienestar no sería lo que es. Pero eso no es todo.
Nuestras debilidades institucionales, arrastradas desde muy atrás, son el peor riesgo para el destino dominicano.
Por otro lado, la microgerencia, que ha consistido en estar presente, escuchar y tomar decisiones a favor de núcleos poblacionales social y económicamente excluidos, ha sido una marca distintiva en la gestión de Medina, una labor asumida prácticamente sin descanso y con reducidas pausas.
Podríamos llamarle populismo (positivo a mi juicio), asistencialismo cortoplacista o ejercicio gubernamental episódico, sin estructura y con bajas posibilidades de continuidad programática para revertir en el largo plazo la pobreza.
Pero su valor es alto y su impacto, a ojos vistas, comprobable.
La gran falla ha sido desaprovechar la altísima tasa de aceptación sin precedentes que tuvo el presidente para convertir la gestión en la más reformadora de la historia dominicana, creando un paradigma en aspectos como sistema de consecuencias, modelo tributario y fiscal, seguridad pública, exportaciones, transporte, regulación de la competencia, atracción de inversiones, desarrollo industrial y empleabilidad. Aun hay tiempo.