En algún momento de nuestra vida pasamos la noche oscura del alma. Es ese instante en que la oscuridad se vuelve total y no vemos ni un resquicio de luz. Los detonadores pueden ser desde un duelo no vivido, hasta la pérdida del propósito del sentido de nuestra vida, que está siempre, pero que no lo sentimos.
Esas emociones de tristeza profunda transforman totalmente la personalidad que el mundo a nuestro alrededor está acostumbrado a ver de nosotros. Se pierden las poses, las máscaras y el cumplimiento “cumplo y miento”.
Es la maravillosa oportunidad que nos ofrece la vida para ser seres humanos integrales, en vivencia consciente de nosotros. Llorar si es preciso, no hablar si eso es lo que queremos, lo importante es aceptar el proceso y transformar ese crisol de experiencias para descubrirnos y para valorar las cosas que para nosotros son importantes. Y si no podemos solos, pasar por un proceso terapéutico que nos será de gran ayuda.
Atravesar ese túnel oscuro es necesario para sanar, renacer, sin que nadie nos diga hasta cuándo, que no debemos sentir lo que estamos sintiendo. De vivirlo intensamente en algún momento de nuestra vida y trascender hacia un estado de plenitud con nuestra vida, depende vislumbrar la luz.
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