Atrabanco inmoral

Creo que la cultura, tanto como bagaje cognitivo para desarrollar el criterio y conjunto de costumbres y saberes que informan el modo de vida de grupos humanos, antecede a la civilización.

No son sinónimos, dada la evolución de la existencia nomádica dependiente de la caza y la recolección de frutos silvestres al asentamiento con agricultura, crianza de animales y acumulación y transmisión del conocimiento.

La sobre valoración de la cultura grecolatina o los valores judeocristianos como fundamentos de la civilización occidental, relega la importancia del tráfico con otras culturas como las del norte de Europa o más allá del Levante.

Es absurda la idea de que el orden social y legal nuestro es similar a la democracia ateniense, que era regida por hombres misóginos que preferían el sexo anal con niños, o la romana que se regodeaba ante el espectáculo de esclavos u hombres condenados siendo descuartizados por fieras o gladiadores.

Esas costumbres, sin embargo, eran menos hipócritas y corruptas que muchas nuestras, según ilustra la incapacidad del Congreso de acordar un nuevo Código Penal que ordene y regule la vida tal cual es según los dictámenes de la ciencia médica.

Me refiero, claro, al atrabanco insoluble en torno al aborto, cuya prohibición a rajatabla o casi absoluta contraviene toda lógica y piedad cristiana.

No preciso argumentar ni argüir a favor o en contra, sino indicar que gobernar, legislar y reglamentar la vida en común, desde antes de la civilización, requiere testículos y ovarios bien puestos, para decidir acorde a lo que represente el interés colectivo, sin santurronería ni hipocresía.

Soy provida, pero es inmoral obligar a mujeres cuyas vidas corren peligro a violar la ley para salvarse ante situaciones en que nadie quisiera ver a una hija. Este atrabanco inmoral, este drama interminable, no es propio de una sociedad digna de considerarse civilizada, culta ni religiosa.