La declaración del presidente Luis Abinader afirmando no volver a aspirar, el mismo día del triunfo de su reelección, abrió la gatera de los aspirantes a “ponerse la ñoña”. Muchos de los cuales ya tenían ensillado el caballo hacía tiempo.
Aún no se sabe “a ciencia cierta” quiénes son, aunque se intuyen quienes podrían ser.
Hay que tener mucho cuidado con la nefasta tradición del PRD de pisarse la manguera entre dirigentes, que por ver al otro siego eran capaces de sacarse los ojos ellos mismos. Lo peor es que entre las patas se llevan el porvenir de la población.
Ha ido surgiendo un clamor de que los aspirantes a ser candidatos presidenciales, en caso de ser funcionarios, dejen sus puestos y se concentren en sus aspiraciones, y si optan por seguir con sus puestos, declinen de sus aspiraciones.
Si bien la ley no dice nada sobre eso y nada les impide aspirar a funcionarios en ejercicio, existen razones para pensar que parte de los recursos del Estado bajo el dominio de un funcionario/candidato puedan ser usados a favor de sus aspiraciones.
Pero independientemente de que no se desvíen fondos de una cosa para otra, es como me decía mi querida madre: “No se puede estar en misa y repicando campana”.
Un funcionario que asuma un proyecto presidencial tendrá que dedicar tiempo y concentración a ese propósito, y eso le restará en sus capacidades, e indudablemente tendrá consecuencias en el desempeño de sus funciones y los resultados de la entidad que dirige.
Que por encima de las legítimas aspiraciones, prevalezcan la prudencia y la sabiduría.