A veces se prejuzga una opinión bajo la premisa de que quien la emite se beneficia de esa forma de pensar.
Y sí, eso es cierto en ocasiones. Lo que no se puede prejuzgar es lo palpable, lo imposible de desvirtuar, y de eso tratan estas líneas.
Luego de mas de 30 años de participación política activa, nunca había visto una vocación de adecentamiento del servicio público como la hemos experimentado en la actualidad.
La actitud que se ha asumido desde la toma de posesión del presidente Abinader contrasta con la forma displicente con que se manejaba la cosa pública.
Todos hemos sido testigos de la revelación de verdaderas telarañas mafiosas que durante anos campearon a sus anchas sin que nadie ni las identificara y menos le pusiera fin.
El freno a estos despropósitos se inició desde el momento en que se colocó al frente del Ministerio Público a personas sin reconocida participación política.
El argumento de vendettas personales o de acciones políticamente dirigidas resulta risible ante la inmensa cantidad de pruebas que muy diligentemente se han recopilado previo los sometimientos judiciales, además de los acuerdos y devoluciones de bienes ya debidamente identificados y documentados. Aquí cabe utilizar la jerga de las redes sociales: “él roba, pero no roba motor”.
Pero voy a ir más lejos, y rayaré en la indiscreción, todos, absolutamente todos los funcionarios estamos conscientes de que si metemos la pata, pagaremos por ello, y lo curioso es que nadie nos lo ha dicho pero lo percibimos, o más aún, ya hemos visto casos.
Eso ha sido posible gracias al ejemplo que viene de arriba, ese ejemplo que no se manifestó en ningún momento en gestiones anteriores y que ahora lucha por no salir salpicado, el ejemplo que ahorra lágrimas y dolor.
Así pues, ¿Cómo ha sido posible navegar entre pandemias y guerras y mantener el rumbo fijo? Con mucho control, con mucho sacrificio, pero sobre todo dando el ejemplo.
Así sí rinden los cuartos.