En el vertiginoso contexto de comunicación multidireccional que es la sociedad red, cualquier postura o afirmación es provisional. El tiempo de contrastación es muy breve. La asertividad es mucho más necesaria como estrategia y actitud en las relaciones de interlocución que sostenemos en un orden de dimensiones globales.
Es aconsejable una disposición dialogante y colaborativa. La época del predominio absoluto de los medios masivos de comunicación unidireccionales ya no existe. Hasta los grandes medios transnacionales pueden ser evidenciados, contestados desde una simple conexión a la red mundial. El efecto viral se encarga de sobrepasar cualquier estrategia de control mediático.
El actor público –que en la actualidad cualquiera lo puede ser– entonces debería tomar en cuenta el efecto de sus declaraciones y contraposiciones públicas, porque lo que se dice, hace o se sabe acerca de lo que uno dice y hace, trasciende a escalas que no podemos suponer fácilmente por anticipado.
Colocar una idea o reclamo en la escala global o convertirla en tema o tendencia dentro de una colectividad afecta también el ámbito de la reputación, que implica una imagen o visión acerca de alguien, que va quedando enmarcada por lo que trasciende acerca de lo que se hace o se piensa. Y eso ya no está determinado por lo que nos propongamos decir o hacer, sino por lo que es percibido desde nuestro actuar cotidiano y nuestras interacciones comunes y corrientes, que se producen en red.
Debemos hacer conciencia de ello y ajustar nuestra asertividad a una ética de la prudencia, por lo menos en lo que toca a cómo podemos afectar al colectivo y a los particulares. Sin duda, el ser público exige ahora más responsabilidad que nunca antes.