Asco

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Asco

Rafael Molina Morillo, director de El Día

No pude encontrar en mi modesto vocabulario otra palabra que “asco” para definir mejor lo que siento hoy al pensar en mi querido e infortunado país.

Ello así porque, si bien se supone que vivimos en una sociedad civilizada basada en principios éticos generalmente aceptados, la verdad monda y lironda es que nuestra media isla parece más bien una selva donde reina la inseguridad ciudadana, abonada por la complicidad de unas autoridades que, en vez de imponer la paz y el orden, solo crean desconfianza.

Se supone, además, que tenemos un Congreso Nacional cuya principal función debe ser legislar en beneficio del pueblo, pero resulta que las senadurías y diputaciones son simplemente mercancías que se venden y se compran a dos por chele, como si se tratara de un mercado, mientras sus titulares cobran paralelamente sus salarios, dietas, gastos de representación, exoneraciones, barrilitos y cofrecitos.

Se supone también que todos somos iguales ante la Ley, pero basta con tener un tío que sea Ministro para cometer cualquier abuso de poder y no recibir ningún castigo. Aparte de eso, se le regala al afortunado sobrino un sueldo en dólares para no realizar ninguna función.

Igualmente, se supone que los funcionarios del Estado del más alto nivel (jueces, fiscales, altos militares y policías, ministros que conforman el gabinete e incluso el Presidente de la República) son gente honorable en quienes se puede creer a pies juntillas.

Pero estos también dicen hoy una cosa y mañana otra, llegando al extremo de jurar y perjurar que respetarán la Constitución por encima de todas las cosas, aunque en el último minuto lo violan todo sin el menor recato y hacen lo que les dá la gana.
¡Cuánta mentira! ¡Cuánta simulación!

 



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