La gota que colmó el vaso, el punto de quiebre, la línea roja.
Son expresiones que estos días se repiten en Estados Unidos para explicar por qué algunos de los históricos aliados del presidente Donald Trump han tomado distancia o directamente han roto con él.
Desde legisladores del Partido Republicano hasta miembros de su gobierno, son varias las figuras que han dicho «basta ya» tras los sucesos del miércoles en Washington DC, donde una turba de violentos seguidores del mandatario asaltó el Capitolio.
Las insólitas imágenes de decenas de personas quebrando la seguridad, invadiendo la sede del Congreso estadounidense y ocupando varias de sus salas causaron estupor e indignación en un país poco acostumbrado a este tipo de escenas.
Rápidamente, las miradas se pusieron en Trump, quien antes de la marcha hacia el Capitolio había pronunciado un incendiario discurso en el que insistió, sin pruebas, en que las elecciones de noviembre fueron un robo.
A la vista del caos y la falta de contundencia de Trump para rechazar el ataque, múltiples voces exigieron la renuncia del presidente o que fuera sacado del poder mediante un juicio político o por invocación de la enmienda 25 de la Constitución.
Lo llamativo del caso fue que, a diferencia de lo sucedido con otros escándalos de los cuatro años de presidencia de Trump y de su época de candidato, varias de estas voces llegaron del campo republicano.
Hay quien dice que estos posicionamientos llegan tarde, cuando a Trump solo le quedan 13 días en la Casa Blanca y después de otras situaciones que merecían una reacción similar.
Para otras personas, es mejor tarde que nunca, y la unión que se vio en el Congreso entre legisladores de partidos rivales tras los alarmantes sucesos del Capitolio augura tiempos mejores.
Está por ver si el video difundido por Trump en la tarde de este jueves, en el que condena los hechos del miércoles y por primera vez admite claramente que el 20 de enero habrá un nuevo gobierno y acaba su mandato, ayuda a calmar los ánimos y le reconcilia con sus compañeros de filas.
El distanciamiento de fieles aliados
Además de una cadena de dimisiones en el entorno de Trump, que explicamos más adelante, los hechos del 6 de enero marcaron, sobre todo, el creciente aislamiento en el que se encuentra el presidente.
Sus más fieles aliados en el Partido Republicano -el vicepresidente, Mike Pence; el líder del Senado, Mitch McConnell, y el senador por Carolina del Sur Lindsey Graham– terminaron por darle la espalda en su intento de revertir el resultado de las elecciones del 3 de noviembre.
Esta ruptura se hizo particularmente evidente el miércoles durante la sesión conjunta del Congreso para certificar la victoria del demócrata Joe Biden.
En primer lugar, antes de que comenzara la sesión, el vicepresidente Pence difundió un comunicado en el que explicaba que no tenía autoridad para rechazar unilateralmente los votos del Colegio Electoral.
Zanjaba así el debate, promovido principalmente por Trump y coreado por sus seguidores, sobre su capacidad de darle la vuelta al resultado de las elecciones. Con esto desató la ira y las críticas del hombre al que le ha demostrado lealtad absoluta a lo largo de toda la presidencia.
Ya en el hemiciclo, McConnell, con un sobrio traje oscuro, pronunció un discurso muy elogiado en el que extendió una rama de olivo a sus colegas demócratas.
«Si esta elección fuera revertida por simples alegaciones del lado perdedor, nuestra democracia entraría en una espiral de muerte«, dijo el todavía líder de la mayoría republicana en el Senado.
«Nunca más veríamos al país entero aceptar el resultado de una elección. Cada cuatro años habría una pelea por el poder a cualquier precio», prosiguió McConnell antes de que estallara la violencia en el edificio.
«No podemos seguir separándonos en dos tribus diferentes, con distintos hechos y distintas realidades. El país se arriesga a emprender un peligroso camino en el que el ganador de una elección sea realmente el único en aceptar los resultados».
Otro de los grandes aliados de Trump, el exfiscal general William Barr, que dejó el cargo el pasado 23 de diciembre, emitió una dura condena del presidente al que sirvió.
En un comunicado enviado a la agencia The Associated Press, Barr tildó la conducta de Trump de «traición a su cargo y sus seguidores» y denunció que «movilizar a las masas para presionar al Congreso no tiene excusa».
Sucesión de dimisiones
En menos de 24 horas se han producido varias dimisiones en la esfera del gobierno de Trump y en el entorno de la primera dama.
Las más destacadas han sido las renuncias de dos miembros del gabinete: la secretaria de Transporte, Elaine Chao, y la secretaria de Educación, Betsy DeVos.
Ambas anunciaron su decisión este jueves.
Chao explicó su renuncia con estas palabras: «Ayer, nuestro país experimentó un evento traumático y totalmente evitable en el que seguidores del presidente irrumpieron en turba en el Capitolio después de una marcha en la que Trump se dirigió a ellos».
«Así como seguramente ocurre con muchos de ustedes, esto me ha afectado profundamente de una manera que simplemente no puedo ignorar».
La renuncia de Chao será efectiva el lunes 11, nueve días antes de la investidura de Biden y Kamala Harris.
Las razones que expuso DeVos, que presentó su dimisión horas después de Chao, son similares: los sucesos del miércoles y la táctica de Trump de «echar leña al fuego entre sus seguidores».
Mick Mulvaney, exjefe de gabinete de la Casa Blanca y exdirector de la Oficina de Gestión y Presupuesto, anunció el jueves que deja su puesto como enviado especial de EE.UU. a Irlanda del Norte.
«No puedo hacerlo. No puedo quedarme», le dijo Mulvaney al secretario de Estado, Mike Pompeo.
«Aquellos que deciden quedarse, y he hablado con algunos de ellos, lo están haciendo porque les preocupa que el presidente ponga a otra persona peor», contó Mulvaney en el canal estadounidense CNBC.
Las renuncias del jueves probablemente no serán las últimas y se suman a las que se anunciaron el miércoles.
Dos de las principales asistentes de Melania Trump dimitieron abruptamente esa misma tarde en una clara señal de descontento.
Durante la jornada del jueves se especuló además con la posible salida de los responsables de las agencias de seguridad nacional, pero exfuncionarios de esos servicios y líderes de grandes empresas del sector les rogaron que no lo hicieran.
Subrayaron que su papel es importante para la continuidad del gobierno y que hay que evitar que una crisis política se transforme en una crisis de seguridad nacional.
No todo es disidencia
Sin embargo, no todos se han alejado del presidente, que sigue contando con una base fuerte y muy leal (casi 75 millones de personas votaron por él).
Además, Trump cuenta con el apoyo incondicional de un grupo de personas, no solo su familia sino nombres como el abogado Rudy Giuliani o Roger Stone, al que le concedió un perdón presidencial recientemente.
Y durante el proceso de certificación de los votos del Colegio Electoral quedó patente que más de 100 miembros de la Cámara de Representantes y alrededor de una decena de senadores le siguen en su creencia de que las elecciones fueron fraudulentas.
Ted Cruz y Josh Hawley, cuyos nombres suenan como posibles candidatos presidenciales en 2024, encabezaron las objeciones a los resultados de Arizona y Pensilvania respectivamente.
Finalmente, tras la violenta irrupción de los partidarios de Trump en el Congreso, que puso en riesgo la seguridad de los legisladores de todo color político, solo seis senadores apoyaron la iniciativa de Cruz y siete la de Hawley, pero el respaldo fue mucho mayor para ambos casos en la Cámara de Representantes.
¿Cisma en el Partido Republicano?
«Este ya no es su Partido Republicano, este es el Partido Republicano de Donald Trump», manifestó con fervor durante la marcha del miércoles Don Jr., el hijo mayor del presidente.
Don Jr. dijo que el acto debería ser una llamada de atención para el Partido Republicano, al que acusó de no hacer lo suficiente para ayudar a su padre a revertir los resultados de las elecciones, para «detener el robo».
«Esto debería mandarles un mensaje: este ya no es su Partido Republicano, este es el Partido Republicano de Donald Trump, el partido que pone a Estados Unidos primero«, subrayó.
No es el único que piensa que el Partido Republicano ya no es el mismo y que se viene una batalla por ver quién lo lidera.
Los miembros más conservadores e históricos del partido intentan arrebatarle el poder a Trump y sus aliados.
McConnell parece dispuesto a encabezar ese giro. Otros, como el senador por Utah Mitt Romney, candidato presidencial en 2012 y el único republicano en la Cámara alta que votó a favor de condenar a Trump en el impeachment de febrero de 2020, pueden también asumir un papel de liderazgo.
Serán desafiados por quienes parecen más interesados en atraer al electorado de Trump.
De la escisión podría surgir un tercer partido con capacidad para competir con el duopolio de demócratas y republicanos.
«Puede pasar que el partido se divida, se quiebre, como parecía que iba a ocurrir este miércoles. No hablo de una división formal, sino de una conformación en la que haya un ala del partido que todavía esté fuertemente alineada con Trump y otra que esté tratando de avanzar más allá de Trump. Y si los republicanos quedan divididos, esto va a fortalecer a Biden», le dijo a BBC Mundo Steven Levitsky, profesor de Gobernabilidad de la Universidad de Harvard
En esa lucha de poderes, fue notorio que Hawley, de Misuri, el primer senador que anunció que objetaría los resultados de la elección, no se apartara de su iniciativa incluso cuando el Senado se reagrupó después de la violencia en el Capitolio.
Tampoco lo hizo Cruz, senador por Texas, que insistió en la necesidad de aplazar diez días la certificación de los votos para llevar a cabo una auditoría.
«Las crisis pueden suponer una oportunidad política y hay muchos políticos que no dudarán en usarlas para obtener ventajas», escribió Anthony Zurcher, periodista de la BBC especializado en política estadounidense.
«Mientras tanto, Trump sigue en el poder por ahora. Y una vez que levante el campamento para irse a su casa de Florida, podría empezar a hacer planes para desquitarse y, quizá, algún día volver al poder y reconstruir un legado que, de momento, está hecho trizas».