La guerra no es más que una “réplica” de la caza de la sociedad primitiva. La finalidad de la caza es conseguir alimentos; y la de la guerra es la agresividad.
Este simple concepto antropológico es muy peculiar, y afirma que la guerra es la expresión más pura de la violencia de una sociedad.
La comunidad es un nosotros, y la guerra dura tanto como la capacidad de la comunidad de afirmarse por esta vía. Hay toda una historia que contar, pero hoy no.
Inmediatamente presten atención al conflicto Rusia-Ucrania: es una guerra europea, que es muy diferente a si hubiera sido en otro lugar.
Es una guerra civilizada entre dos naciones muy afines; se puede decir que no se parece a la guerra civil de Serbia-Herzegovina, de la que Peter Handke, el premio nobel de literatura 2018, ha escrito “que la primera víctima de toda guerra es la lengua…”.
Entonces este lenguaje, de un lado y de otro, puede formar un movimiento “no violento”, de desobediencia civil, con posibles éxitos políticos.
Es, pues, una guerra occidental. Y, por lo tanto, es una guerra económica, o de supremacía económica, pues, esta única variable le permite potencializar el desarrollo de otras variables, como lo militar y lo geopolítico, entre otras más.
Aunque Rusia gane, ya perdió: su espíritu ideal ha impactado en Occidente de tal manera que ya no volverán a confiar en ese país nunca más. Es el fin de Putin.
Pero, no es el inicio de Volodímir Oleksándrovich Zelenski, el apenas 6to presidente de la República de Ucrania.
El primero representa la hostilidad; el segundo, la resistencia.
Desde el punto de vista de la arqueología, la guerra de Rusia y Ucrania se define como una disputa surgida por la fuerza entre agrupaciones políticas, pero donde subyace una competencia vital, la cual determina las relaciones comerciales, sociales y políticas de las etnias.
Terminado el bloque socialista, el intercambio comercial entre esas dos naciones, de por sí, representó una guerra potencial, que ha estado resolviéndose de manera pacífica, con relaciones de transacciones malogradas; pero, desde 2014, la guerra militar se hizo evidente; es ya una interpretación de las relaciones entre ellos, y la nueva forma de intercambio concluye en una entrada en la guerra.
Y, entonces, entra en funcionamiento la arqueología de la guerra, para mostrar el horror que inspiró a esas naciones.
Describir lo que ocurrió en ese teatro de operaciones, la cultura del guerrero moderno, el estado de las poblaciones ante la disposición agresiva de los bombarderos, la prevalencia de la guerra en la vida de esos pueblos por los que atravesó el infierno de los que Hobbes llamó “la guerra de todos contra todos”.
Ninguna guerra escapa a las sociedades, a todas les toca guerrear en algún momento.
Mientras dura la guerra, dicen los arqueólogos, que en Ucrania tiene lugar el “silencio arqueológico”; este está representado por el tiempo y las condiciones actuales en que se están produciendo los ataques. Después, viene el trabajo de reunir un enorme acervo documental de lugares y formas de economías.
En fin, la guerra Rusia-Ucrania no es una falla accidental del intercambio entre esas dos naciones; todo lo contrario, es un efecto táctico de la política de Rusia. Y nada más.