¿Arar en el desierto?

¿Arar en el desierto?

¿Arar en el desierto?

Roberto Marcallé Abreu

Ya lo decía Maquiavelo como un consejo preventivo: “El que tolera el desorden para evitar la guerra, tiene primero el desorden y después la guerra”.

En una fotografía publicada por los medios se visualiza una multitud integrada por miles de nacionales haitianos en los límites mismos de la frontera. La mirada equívoca hacia el lado dominicano, silenciosamente agresivos. De nuestro lado, y con actitud calmada, soldados dominicanos aguardan tras ametralladoras de grueso calibre.
Una situación muy tensa.

El motivo es que, sin comunicación previa, los haitianos empezaron a canalizar las aguas del Río Masacre, que comparten ambos países. Una obra de esa naturaleza requiere consulta de los interesados, algo que, sencillamente, no ocurrió.

A los problemáticos vecinos, como siempre, la prudencia los tiene sin cuidado. Por decenas de años han incursionado en territorio dominicano ilegalmente, provocando daños materiales, distorsionando nuestro presupuesto en salud y la creación de empleos y segando vidas.

Hace poco una inofensiva familia dominicana fue asesinada. Enfrentados a las autoridades los asesinos perdieron la vida. Son multitud los dominicanos que han muerto trágicamente o han sido mutilados por el machete haitiano.

El problema parece irresoluble, porque ninguna de las alternativas previas de solución ha dado resultado. Tal parece que una gran tragedia se cierne sobre el horizonte. Apenas se ha pospuesto.

El hecho tiene lugar en circunstancias en que las dificultades de República Dominicana son muchas y complejas. Los gobiernos previos al del presidente Abinader nunca enfrentaron el problema haitiano en todas sus dimensiones. Sencillamente “dejaron hacer” o se dedicaron al usufructo de los recursos del Estado.

La pandemia vino a agravar un estado general de cosas muy grave. Independientemente de algunas obras ejecutadas, anteriores autoridades se caracterizaron por permitir la depredación masiva del tesoro público, empobreciendo cada vez más a todos.

La frontera no era de su interés. Dejar hacer y dejar pasar era una manera de desentenderse… o de obtener espurias ganancias por otras vías.

Abinader ha realizado una obra orientada a favorecer sectores desamparados y de clase media, promover el desarrollo y enderezar las instituciones. No obstante, le ha correspondido gobernar en un contexto de dificultades tan complejas que su ejercicio ha sido como caminar sobre una cuerda tendida en el aire, armado con una vara para mantener el equilibrio.

El pueblo ha sufrido cambios deplorables que nos recuerdan el texto de Moscoso Puello “Cartas a Evelina”. El prontuario de las noticias que circulan es estremecedor: “Seguridad fronteriza ante un conflicto” (Plutarco Medina). “Implementan medidas tras derrame en barcazas de Azua” (Diario Libre).

“El plátano sube otra vez” (Evaristo Rubens). “Frontera es insegura. Pide dotación policial en zona de asesinatos” (Llenis Jiménez García). “Subsidio semanal a los combustibles se acerca a los 700 millones” (Ramón Pérez Fermín). Ante esta realidad los dominicanos deben constituirse en una fuerza patriótica que luche por los intereses de la sociedad dominicana. Los males son muchos y nadie debe quedar excluido de participar en su resolución.