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Aquí nadie roba

Emiliano Reyes Espejo Por Emiliano Reyes Espejo
Aquí nadie roba
Emiliano Reyes Espejo

La familia de Rosendo Pérez se sintió hastiada por los debates y alborotos que se escenificaban a diario y a todos los niveles en torno al tema de la corrupción. En los medios de comunicación se divulgan a borbotones y sin miramientos crónicas sobre el atolondrado argumento.

Muchos creían que la degradación sólo se registraba en el barrio Capotillo.  Sin embargo, no es así, esto ahora se explora como un fenómeno común, y es que cada sector se auto desligó de esta práctica deleznable, atribuyendo a sus prójimos las profundidades y culpabilidades del terrible mal.

Los opositores acusan al gobierno de turno de la descomposición ética en el Estado, el cual, a su vez atribuye el problema a los administradores salientes, a quienes acusa ante instancias judiciales de desfalcar las riquezas públicas. En tanto, la población está a la expectativa, no sabe en quien creer, pero observa con tristeza y preocupación que en el ínterin se deteriora su calidad de vida fruto, especialmente, de la carencia de recursos para financiar iniciativas que puedan crear nuevos empleos y construir obras prioritarias.

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“Yo le dije: deja tranquila a mi madre, no me hizo caso; cogí y lo maté”

Dinero se va por sumidero

El dinero-según cree la gente-se va por un sumidero. No ha valido la vigilancia extranjera. Ni las socorridas ONG “Made in USA” o “Made in Europe”. No han valido ni los sagrados juramentos éticos, ni los ancestrales compromisos ideológicos. Tampoco han importado “los sanos esfuerzos” de algunos sectores del gobierno, ni los de las iglesias católica, evangélica, ni de otras denominaciones.

Es como si se asomara una sombra terrorífica, percibida en el fondo como una innegable sed de venganza. –“Tú metiste a los míos presos, ahora yo voy a fastidiar a los tuyos”, segúnpudieron ser algunos razonamientos. El asunto es más complejo de lo que se ve. Afecta los esfuerzos, sepulta todo interés para impulsar un plan nacional de desarrollo en que participen “mansos y cimarrones”, porque al final lo que cuenta, lo que se quiere es el beneficio al pueblo.

Parece que en el tráfago del momento se dejaron atrás los valores comunes. También se abandonan las luchas por un crecimiento y progreso sostenidos, los deseos de lograr entre todos que tengamos un pueblo educado, saludable, próspero y feliz. No, eso no, ya ese no es el objetivo, eso no forma parte de la agenda nacional, las aspiraciones ahora son individuales: -“Yo me hago rico, eso es lo que importa, los demás que me caigan atrás…”.  Visto desde esa óptica, salta el temor de que se está dando lugar a la apertura de un peligroso “sálvese quien pueda”.

Con cierta frecuencia, la prensa recoge informaciones que dan cuenta de hechos dolosos registrados en el Estado, también en áreas empresariales, comerciales y financieras, es algo que no solo ocurre ahora sino que es un mal que se arrastra de antaño. No se visualiza la posibilidad de superar este karma heredado de la tiranía de los Trujillo y  de su beneficiado político, Joaquín Balaguer.

Quieren largarse de la ciudad

Todo el mundo quiere dirigir, dominar el Estado, pero ¿es con buenas intenciones? Esperamos que sí, que sería loable que exista la buena intención, aunque ya se ha acuñado el dicho que reza: “de buenas intenciones está pavimentado el camino del infierno”.

En vez de hacernos ecos de planes y programas de corto y largo plazo para superar la miseria ancestral, “crece como verdolagas” las inquinas, las acusaciones falsas y/o verdaderas que forman un amalgama difícil de digerir por parte de la población. Esto ha hecho que los dominicanos vayamos perdiendo la fe y todos queremos “largarnos de la ciudad” para ir a un lugar que nos facilite la búsqueda de nuestros sueños, donde podamos encontrar paz espiritual, emocional, esperanza de progreso, o sea, mejores condiciones de vida.

En el sambenito de las acusaciones y contra acusaciones se escucha de todo, es un “tú me dices y yo te digo” preocupante en el que nadie quiere cargar con la responsabilidad de arrastrar a este país a una especie de callejón sin salida.

La gente quisiera escuchar voces tronantes que condenen con fuerza el problema cierto de la corrupción, la cual se manifiesta, según se vislumbra, no solo a nivel del Estado, sino también, y con solapada virulencia, a niveles tales como los sectores empresariales, de los comerciantes, los bancos, las cooperativas, venduteros, sindicatos, grupos financieros, promotores de la construcción, pequeños negocios, supermercados, gremios profesionales, tribunales, fiscalías, cuerpos militares, policiales, etc.  

Es revelador que acusados por supuestos desfalcos al Estado que hoy en día están en manos de la Justicia haya decidido, previas negociaciones, devolver al fisco parte de miles de millones  de pesos de los que se presume que estos sacaron ilícitamente del arca del Estado. ¿Acaso eso  no es una admisión de culpabilidad? ¿No es ese comportamiento un hecho suficiente para saber que aceptan sus indelicadezas y que por temor a ir a las mazmorras, deciden devolver parte de lo esquilmado?

Narcos y presencia de ilegales

Se sostiene, y creemos que es verdad, que la masiva y creciente presencia ilegal de extranjeros, especialmente haitianos, está cimentada en actos de corrupción que implican no solo a “civiles traidores de la Patria”, sino también a estamentos militares carentes de sólidos principios patrióticos. Se prestan incluso, por unos cuantos pesos, a expedir actas de nacimiento falsas para haitianos.

Igualmente está presente el otro flagelo malévolo, el narcotráfico, soportado también con las poderosas vigas de la corrupción dominante en el cuerpo social e institucional de la nación. O sea, “no hay tutía”. Si alguien tiene dudas al respecto que revise los periódicos y vea las noticias que informan sobre grandes decomisos de drogas. ¿Cómo llegan, quienes protegen los cargamentos?

En la medida que avanza el tiempo, y en ese marco estresante, la población no visualiza un umbral de soluciones a estos terribles males.

Lo anterior ha hecho que la gente común se cargue de incertidumbre, siente hastío y una lamentable desilusión. Al parecer eso fue lo que pasó con Rosendo, lo abrumó el aburrimiento de las acusaciones de corrupción sin consecuencias que son vertidas en la prensa tradicional, pero más en las redes digitales. Después de muchas disquisiciones, y tras una meditada discusión sobre estas debilidades a lo interno de su familia, éste decide largarse de la ciudad. Deseó entonces cambiar de ambiente aunque sea por un determinado tiempo. Anheló, según sus propias confesiones, desintoxicarse de las diatribas y la pesada carga que significan los debates y denuncias de corrupción y degradación de la moral pública ciudadana.

-“Nos largamos de aquí, no aguantamos más, esto es insoportable”, expresó Rosendo a su familia, la cual también admitió estar cansada, lo que permitió a esta, asimismo, dar a éste su apoyo con firmeza.

¿Se puede avanzar en un país sin tener como soporte una sociedad solidaria y humanizada? Si lo hace, ocurre con lentitud y apenas se llega a socorrer y a crear alguna ilusión en los habitantes.

Los caminos del Sur

Rosendo arregló sus bultos y revisó su vehículo para tomar carretera rumbo al Sur. Salió con la esperanza de encontrar por allí la tranquilidad deseada. Él y su familia recorrieron la costa y el Sur lejano. Comenzaron por Barahona y continuaron por Paraíso, Juancho, Enriquillo y Pedernales, entre otras comunidades costeras.

En sus paradas durante el recorrido por el sur estos se bañaron en las aguas de las playas San Rafael y Los Patos de Barahona; Arroyo Salado de La Colonia, Juancho, Pedernales. También, en Las Marías, de Neyba, Las Furnias de Las Clavellinas, y El Hoyo de Felipe, en Los Ríos, Bahoruco.

Este alejamiento del bullicio de la ciudad iluminó y llevó tranquilidad a las mentes saturadas de los ditirambos del casco urbano. Cuando Rosendo y familia, -su esposa y tres hijos adolescentes- llegaron a la comunidad sureña de Los Faroles observaron a su entrada una enorme valla con un llamativo mensaje: 

“Aquí nadie roba”.

-“Aquí está Dios, por fin encontramos un lugar que vale la pena”, dijo Rosendo alborozado y con una sonrisa entendible, cuando vio el enorme letrero a la entrada de la comunidad. –“Nos quedaremos aquí”, agregó con expresiones de cierta satisfacción. Por fin, encontraron el lugar que habían soñado y que lo alejaría de las temáticas aturdidoras sobre la corrupción, tráfico de influencias, nepotismo y otros males.

Los Perez iniciaron un periplo por las estrechas y polvorientas calles del lugar, las cuales tenían nombres pomposos y muy llamativos, acordes a sus realidades. Una de las calles fue bautizada como “El último ladrón, 1930”, mientras otra se llamaba “Aquí yace el único alcalde corrupto”. Esta calle irónicamente atravesaba el cementerio de la comunidad.

En la noche, después de divertirse en los lugares de esparcimientos, la familia Pérez se retiró al pequeño, pero acicalado hotel del lugar. Durmieron como lirones, confiados en que, por fin, habían llegado a un oasis de pulcritud.

Para su sorpresa, cuando se levantaron al otro día encontraron con que su vehículo, una flamante yipeta modelo del año 2020, había sido prácticamente desmantelada, soportada en cuatro blocks y despojada de las dos puertas traseras. Las alarmas se dispararon. Los Pérez acudieron al destacamento de la policía de Los Faroles, pero allí nadie pudo atenderlos –había un solo agente de servicio- y entonces siguieron, indignados, hacia donde el alcalde, a quien reprochan la colocación del letrero engañoso a la entrada de la comunidad. Éste, conocido como Lupino  El Barbero, era un hombre regordete, de barriga abultada y vestía un pantalón kaki de muchas lavadas, camisa blanca cuasi amarillenta y corbata marrón. Al enfrentar la presencia de Los Pérez, el alcalde se estribó hacia atrás en su sillón y mientras chocaba repetidamente, nervioso, la punta de los dedos de sus manos, brotó de él una risa maliciosa, y entonces expresó:

-“Jajajaja, ustedes también cayeron en el gancho, quedaron atrapados por el atractivo de la valla”. Y agregó: “Ustedes son los nuevos incautos. Todo el mundo, especialmente los políticos, utilizan este tipo de engaño para atrapar a inocentes”.

Rosendo lo escuchó atónito, apretó sus puños con dureza, pero se contuvo, tragó en seco para calmar su rabia, pero miró a su lado al guardaespaldas que tenía en sus manos una escopeta calibre 12, y dijo a esposa e hijos: -“Vámonos de aquí, volvamos para la capital”.  

*El autor es periodista.

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