El 31 de enero se conmemora el Día Nacional de la Juventud, fecha en que también se celebra el aniversario de la muerte de San Juan Bosco, el Padre y Maestro de la Juventud, un santo que dedicó su vida a rescatar a jóvenes y niños que vivían en situación de abandonado y desprotección en la Italia revolucionaria.
Como en tiempos de San Juan Bosco, ahora también necesitamos un claro compromiso con la promoción y el bienestar de los jóvenes dominicanos, auténticos tesoros que con sus grandes sueños, su solidaridad y su visión del mundo aportan a la cohesión social.
Los jóvenes son el hoy de la sociedad. Los ideales y el valor de un joven como Juan Pablo Duarte hicieron posible una República Dominicana, libre, soberana e independiente.
En la mayoría de los países de América Latina, muchos jóvenes ofrendaron sus vidas luchando contra de las dictaduras, apostando por las libertades que sostienen los Estados de derecho.
Día a día, cientos de jóvenes que son héroes anónimos, trabajan en sus comunidades, en organizaciones juveniles parroquiales, barriales o culturales para preservar la paz, el respeto y la tolerancia, optando por vivir una vida basada en valores que priman frente la violencia, la corrupción o la drogadicción, hechos que laceran a la sociedad dominicana, y de los cuales, muchas veces, la principal víctima es la juventud.
Tenemos que mejorar las vidas de los jóvenes dominicanos. Impedir que sus sueños e ilusiones se vean socavadas por la marginalidad y la exclusión. La vagancia y la falta de oportunidades pueden convertirse en el germen del vandalismo y la delincuencia.
Frente a la pobreza en que viven miles de jóvenes, la única arma es el desarrollo, traducido en la garantía de derechos como son la educación, la salud, el empleo y la participación social.
Siguiendo a Marco Bazán Noboa, tenemos la responsabilidad de apostar por los jóvenes para que ellos cambien la crisis de la cultura adulta. Sus reclamos, actuación y proyectos por reconstruir relaciones democráticas, paritarias, simétricas respetuosas y tolerantes deben ser prioritarios para la gestación de una sociedad justa.