Queremos lo magno prematuramente. Deseamos las capacidades que siendo aún niños nos igualarían a nuestros padres, a quienes sucederemos biológicamente y superaremos en un proceso de innovaciones que viene con cada generación, las que mutan la vida misma, partiendo de cero positivo.
Es la inteligencia la que nos va habilitando gradualmente hasta nuestra plenitud, que desde tal punto inicia el desgaste de la decadencia, el cero negativo opuesto, que demanda relevo igual que renovación con otros que ya están presentes.
Es así la vida; renovación celular del tejido orgánico social y de su psicología, que se presenta ante el mundo con pequeñas cosas, como juegos de niños, fantasías de estos que van siendo sus realidades de adultos luego.
Describo así el desenvolvimiento normal, natural, de una sociedad o de la civilización, saludable. Pero nuestros hijos cuarentones están viviendo en otra enferma de radical anomia social a la que deben dar cohesión y rumbo, con o sin la ayuda de la experiencia, del concejo de ancianos que a su lado opine, articulándose a la metamorfosis y transición dentro de la cual vamos.
Durante períodos los pueblos inmaduros, igualándose conductualmente en el vicio o en la virtud como norma común, se enrolan o involucran progresivamente en actos delincuenciales y amorales dentro de una anomía que haciéndose irresistiblemente negativa, obliga a la misma población a reaccionar en contra de ella, restaurando su poder en el gobierno y en las calles, confundidos actualmente con el de la delincuencia.
En ese estado de cosas no estamos solos.
En el mundo la confusión de la anomia se hace perturbadora, cuando hay que seguir remando bajo tempestad. Hay tiempos y circunstancias en los que no hay elección, como el actual: anomia o tiempos heroicos, tiempos de grandes cosas que nacen humildemente con tareas sencillas generalmente indeseadas por indignas, pero de las que dependemos y las que nos organizan ante la urgencia y la necesidad.
Martilla con tus puños el clavo que repara la barca que hace agua, recoge las heces que incrementan la infección que nos contamina; rehierve los huesos o el cuero que antes botabas por su escasa nutrición, si de ella depende la vida “un día más” para sobrevivir, para luchar y vencer la adversidad.
Así son los tiempos heroicos, sin fantasías como las contadas por la “Ilíada” de sus héroes. Más realista es la “Odisea”.
A mujeres y hombres no alienados, que llevamos futuro en nuestras mochilas, sugiero eludir los ruidos y articularnos haciendo pequeñas cosas en común que lleven las huellas de nuestra identidad.
Cosas que cambien y perduren, por ser sostenibles, compatibles, educativas, integradoras, empáticas, palpables, mejorables, etc.
El romanticismo tardío de América Latina y del Caribe terminó primero que el siglo XX. Ahora, ¿qué tenemos? Un tema para después.