Defender la dominicanidad es frecuentemente llamado anti-haitiano peyorativamente, ¡como si en 1844 nos separamos de Uruguay o Benín! Estados Unidos se independizó del Reino Unido en 1776 y en 1814 los británicos quemaron la Casa Blanca en otra guerra, pero después han sido los mejores aliados por sus valores, lengua y cristianismo compartidos.
Es imposible contar o analizar nuestra historia sin dar de frente con los hechos.
Haití realizó horrores y matanzas en Santo Domingo antes de su ocupación militar ilegal de 1822.
Los sacamos de aquí a pedradas y palos, heroicamente venciendo a su poderoso ejército, mejor armado y más numeroso. Por varios lustros siguieron intentando imponerse guerreando y siempre los vencimos.
Desde su fundación en 1804, tras matar todos los colonos blancos, son un Estado racista en incesante involución, una amenaza a nuestra identidad cultural y esencia.
Han encontrado aquí trabajo, seguridad y salud pública, pero deprimen el precio del trabajo y acarrean otros perjuicios.
Ser dominicano es mejor que anti-cualquier-cosa, pero pro-haitiano y dominicano a la vez es imposible, una aporía mayúscula. Hemos construido con enormes esfuerzos nuestra relativamente próspera y estable democracia y no queremos destruirla como los haitianos a su propio territorio.