La República Dominicana inicia oficialmente este lunes, de manera presencial, el año escolar 2021-2022, el más desafiante e incierto en lo que va del siglo XXI.
Las autoridades educativas habrán de emplearse a fondo y requerir del concurso de todos los actores que intervienen en el sistema educativo nacional para que el mismo pueda desarrollarse en un ambiente que posibilite minimizar los desafíos planteados y alcanzar, por lo menos, parte de los objetivos en una coyuntura que todavía es de pandemia.
La incertidumbre constituye el denominador común entre los principales actores, especialmente entre familias de escasos recursos económicos que no ven plenas garantías de que sus hijos e hijas reciban a tiempo calzados, uniformes y los útiles escolares indispensables para el aprovechamiento de los contenidos educativos de los diferentes niveles y modalidades.
Otra cuestión que no deja de preocupar es la situación real en que se encuentran los centros educativos diseminados en toda la geografía de la República Dominicana. Sin embargo, en principio, hay que creer la versión oficial del Ministerio de Educación en el sentido de que la mayoría está en condiciones adecuadas para ofrecer el servicio.
El año escolar, en la modalidad presencial, tampoco se montará en medio de un panorama libre de riesgos sanitarios motivado al coronavirus denominado Covid-19. Aunque los maestros han sido inoculados contra el patógeno, no así los estudiantes.
Hay que tomar en cuenta que el propio Ministerio de Salud Pública ha dicho que espera un rebrote de los contagios, atribuible a la apertura del año escolar.
Tampoco puede quedar fuera del escenario de análisis la baja calidad de la educación dominicana, ubicada por debajo de la media en América Latina, y sin que existan perspectivas de revertirla en muchos años. En este contexto hay un reconocimiento colectivo de que el país tiene grandes desafíos institucionales que se han constituido en barreras para su avance hacia la construcción de una sociedad más incluyente y que genere bienestar a la población.
El logro de una educación de calidad es, sin lugar a duda, el más importante de los desafíos a superar, a mediano y largo plazo. Una vez sea alcanzado, estarían dadas las condiciones para que se pueda afrontar exitosamente la desigualdad social y la pobreza, que, combinadas, traban el desarrollo nacional.
En la dirección anterior, a finales de marzo del año 2014, fue firmado el Pacto Educativo, previsto en la Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo.
El proceso de diálogo involucró a más de 9,000 personas que participaron en una consulta nacional y mesas de trabajo coordinadas por el Consejo Económico y Social (CES). La sociedad dominicana aportó más de 50 mil propuestas dirigidas a mejorar la educación preuniversitaria, universitaria y técnica.
Hubo un entusiasta abordaje de las propuestas hasta arribar a consensos en torno a grandes temas, como la igualdad de oportunidades, calidad y pertinencia de los aprendizajes, dignificación y desarrollo de la carrera docente, cultura de evaluación, modernización de la gestión del sistema educativo y adecuado financiamiento.
En la medida en que ha avanzado el tiempo, los progresos esperados han sido lentos.
El panorama incierto y desafiante del año escolar que se inicia hoy no debe, en ninguna circunstancia, paralizarnos y llenarnos de desesperanza; por el contrario, hay que apostar a una especie de pedagogía de la esperanza que afiance el compromiso de la sociedad dominicana de alcanzar un futuro promisorio para que las venideras generaciones sean verdaderamente libres.
El libertador Simón Bolívar lo dejó claramente establecido cuando sentenció: “No puede haber libertad donde hay ignorancia”.