En las sociedades capitalistas resulta común que muchas cosas sirvan como instrumentos de negocio, por lo que infinidades de normas giran en torno al capital que motoriza las actividades que tienen carácter pecuniario.
Hay también cosas que jamás deberían negociarse, entre ellas la calidad de la educación superior, pero que en la práctica dominicana se está verificando un elemento nocivo que obstaculiza este propósito. La cuestión radica en que ya muchos centros dedicados a la enseñanza a nivel superior la están asumiendo como un instrumento de negocio, poniendo en riesgo la sagrada misión de egresar profesionales competentes en las diversas áreas del conocimiento.
A modo de ilustración, son notorias las quejas por las deficiencias de jóvenes profesionales del Derecho, la Comunicación Social y la Educación. Más de dos tercios de estos últimos que han aplicado a los concursos de admisión convocados por el Ministerio de Educación reprobaron las pruebas.
¿Qué pasa con la calidad de la enseñanza en las universidades? Varias son las razones, pero una determinante radica en que la mayoría le confiere un carácter instrumentista de negocio a la actividad educativa, prostituyendo el objetivo fundamental de lograr la calidad deseada. Sacrifican elementos académicos claves del proceso educativo en procura de asegurarse altas matrículas de estudiantes acostumbrados al facilismo para alcanzar promociones de las diferentes materias correspondientes a los planes de estudio.
Ese criterio de negocio favorece la promoción casi automática de estudiantes, al margen de si han adquirido o no los conocimientos contenidos en los programas académicos. Esto persiste a pesar de que el Estado concede subsidios o facilidades a la mayoría de las universidades dominicanas, que de alguna manera les quita presiones económicas.
A lo anterior se suma el hecho de que buena parte de los estudiantes que el Estado paga en el exterior maestrías y doctorados optan por quedarse en los países donde realizan los estudios de especialización.
Ante esta realidad, es casi imposible construir una masa crítica en capacidad de promover las transformaciones que demanda la República Dominicana para encaminarse a un desarrollo económico y social sostenible en un mundo global y competitivo.
La educación superior requiere con urgencia de una transformación para avanzar hacia el desarrollo de la modernidad e insertar al país en la sociedad digital y del conocimiento, pero sobre todo en la era del desarrollo científico y tecnológico que demandan estos tiempos. La calidad de la educación es un propósito en construcción permanente para sociedades como la nuestra, en procura de que responda a las demandas y desafíos del presente y del futuro inmediato.
Existe una marcada escasez en los profesionales que están saliendo de muchas de nuestras universidades respecto a desarrollar un definido pensamiento lógico, cuestión vital para el adecuado ejercicio de cualquier carrera. No está en discusión en el mundo de hoy que únicamente aquella persona que identifique y domine reglas lógicas puede desenvolverse exitosamente en el mundo profesional. La alerta acerca de la cuestionable calidad de la enseñanza en la educación superior está formulada; el Estado, como ente rector, debe actuar, iniciando con mirar hacia el criterio meramente de negocio con que operan determinadas universidades.
El verdadero despegue del desarrollo nacional espera por esa masa crítica de buenos profesionales que haga el disparo de salida para una carrera de larga distancia.