Añoranzas peligrosas

Añoranzas peligrosas

Añoranzas peligrosas

Rafael Molina Morillo, director de El Día

No soy trujillista, ¡Dios me libre!, pero cada vez con mayor frecuencia me asalta el recuerdo de una manoseada frase que afirma que no hay nada malo que no tenga algo bueno, ni nada bueno que no tenga algo malo.

Lo malo de la dictadura todos lo sabemos, sea porque lo hemos vivido o porque nos lo han contado: asesinatos, torturas, latrocinios, corrupción, mordaza, escarnio, intolerancia…

¿Y qué puede considerársele como bueno a la tiranía?

Se robaba menos que ahora en la administración pública, la delincuencia era un juego de niños comparada con la espectacularidad de la de nuestros días, había una rígida disciplina en los asuntos públicos e imperaba el respeto a la autoridad. Y punto.

Mucha gente que no vivió la dictadura se atreve a decir con marcada frecuencia: “Aquí lo que hace falta es un Trujillo otra vez” y es lo que, sin darnos cuenta, se está incubando al calor de la impunidad cada vez más descarada que nos arropa.

No me sorprendería que de repente alguien se sienta predestinado para arreglar lo que está mal en nuestro país, a menos que seamos capaces nosotros mismos de adelantarnos y actuar con mayor civismo y respeto a las normas que teóricamente nos imponemos.
Ojalá estar equivocado.



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