La atención pública está concentrada en dos temas principales. Ninguno de ellos es, aunque parezca mentira, el incendio de los bosques, ni las relaciones con Haití, ni el caos del tránsito en la capital, ni los estragos de la sequía, ni la aparición del virus H1N1.
Tampoco lo es el derrumbe del Hotel Francés, ni las discusiones por el salario mínimo, ni el auge de los feminicidios.
No, nada de eso.
Los temas que más ocupan la mente de los dominicanos en estos días son, por un lado, las riñas internas del otrora monolíticamente disciplinado Partido de la Liberación Dominicana y por el otro el polémico castigo impuesto al insensato e irreverente pseudo cantante que le faltó el respeto al Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte.
El primer caso tiene una explicación lógica, pues de los resultados de la disputa política que se libra en el partido oficialista han de derivarse consecuencias, buenas o malas, que incidirán en el futuro del país.
Pero lo del “tíguere” que ofendió la memoria de Duarte es otra cosa.
Estoy del lado de los que creen que el castigo impuesto (barrer la plaza de la Bandera y cantar el Himno Nacional) ha sido una sanción muy leve.
¡Lástima que ya no estamos en la Edad Media, para aplicarle su merecido, con hoguera y picota incluídas!